Karina Pacaya, presidenta de la Asociación Comunidad Urbano Shipibo-Konibo de Lima Metropolitana (ACUSHIKOLM) que actualmente aglutina a 238 familias, representó a su organización en el diálogo ‘Mujeres Amazónicas Rumbo al Sínodo’ donde compartió las inquietudes y expectativas de las mujeres shipibas residentes en Lima
Ha alcanzado la mayoría de edad. Han sido 18 años no exentos de dificultades pero con un balance claramente a favor. Ella no es una mujer, sino que aglutina a decenas. Mujeres de facciones marcadas, de rasgos indígenas y afán de superación. Mujeres que cambiaron las orillas del Ucayali, donde crecieron, donde se inspiraban en la Madre Tierra para tejer, bordar y pintar, por la Lima gris de ritmo frenético. Esa mujer tiene un nombre difícil. Se llama ACUSHIKOLM o, en su versión completa, Asociación Comunidad Urbano Shipibo-Konibo de Lima Metropolitana. Como es una y muchas mujeres a la vez (bueno, y también algún que otro hombre que por ahí la integra), en su representación envía a la señora Karina Pacaya quien no viene sola, sino acompañada de sus hijas. Ellas son el futuro, su futuro.
“Siempre es bueno compartir con mujeres de otros pueblos, saber de sus actividades y sus sueños”, reflexiona Karina tras agradecer haber sido invitada al diálogo ‘Mujeres Amazónicas Rumbo al Sínodo’. Ella, como otras, no había escuchado mucho del Sínodo pero sí está al corriente de los mensajes del Papa Francisco y su compromiso por la Amazonía. “Es algo que, gracias a Dios, ha sido muy visible para el mundo y sobre todo para nosotros, como pueblos amazónicos. Es una suerte grande que el Papa esté al frente de la Iglesia y se identifique con nosotros y nosotras”, opina.
Su experiencia de dos décadas en Lima señala que, en el ámbito urbano, la mujer shipiba ha ganado mucho espacio fruto del trabajo dedicado y apoyado fuertemente en la defensa de su cultura y valores amazónicos. “En la selva mayormente el diálogo es cosa de los varones, no hacen partícipe mucho a las mujeres, pero aquí en la capital hemos venido dialogando, ganando experiencia, sabemos hacer escuchar nuestras voces, la igualdad de género es mayor, varones y mujeres somos iguales y exponemos nuestras ideas para que nos puedan escuchar”, asegura.
Las problemáticas de la mujer amazónica en la ciudad son otras, pero en la comunidad shipiba de Cantagallo han encontrado la fórmula para combatirlas: la artesanía. Ella es su fiel aliada, la que les da independencia económica y les permite desarrollarse como personas y sacar adelante a las próximas generaciones. “Los logros se pueden ver en nuestros hijos que están estudiando muy bien en los colegios, en los institutos y algunos en la universidad”, afirma Karina, “la asociación ha logrado respeto en nuestra integración a la sociedad y ganar un espacio allá donde antes la cultura shipiba había sido discriminada”.
Respeto es quizás la palabra que más aparece en la conversación. Pero va de la mano de otras no menos importantes: independencia, orgullo, igualdad. “En la asociación tenemos muchas madres solteras que, gracias a la artesanía, han logrado sobresalir y sentirse orgullosas de su trabajo”, afirma. En su mayoría son tejidos, bordados, abalorios y, en menor proporción, pinturas y recipientes en barro que incluso se llegan a exportar al otro lado del océano donde son tremendamente admiradas y valoradas.
La artesanía amazónica entendida como un camino con potencialidades y metas claras por lograr: desde ser garante de culturas ancestrales hasta canalizar la independencia y el desarrollo integral de la mujer indígena. Y ella, esa de nombre complejo, ACUSHIKOLM, es un ejemplo de los que merece la pena resaltar.