Compartimos una fábula escrita por la hermana Lucía Galiccio que expone varios problemas a los que se enfrentan los pueblos indígenas de América Latina. Entre las anécdotas está el uso de remedios naturales para curar el Covid.
Luz de Vida
Esta es la historia de Árbol pequeño.
Árbol Pequeño, es el nombre de un indio especializado en remar por todos los recovecos del río Amazonas. Siendo él muy pequeño, se deslizó de la espalda de su madre y cayó al río. Ésta en su sobresalto, soltó todos los troncos de leña que tenía en sus manos, y al instante descubrió que la corriente del torrente era implacable. Entonces gritó a su hijo con voz dulce y potente: ¡sostente fuerte al tronco y rema mi niño!, rema con tus manos sin parar, no te detengas porque ¡yo iré a recogerte en la otra orilla! Y así fue, Árbol Pequeño sobrevivió a la correntada de agua y luego se transformó en un experto remador.
Cuando vinieron los del primer mundo a buscar las riquezas de la selva, lo contrataron para recorrer el río Mamoré, destacado por sus cachuelas que dificultan el navegar.
Árbol Pequeño se sentía desconcertado, pues, si se negaba a ayudarles corría el riesgo de perder una buena fuente de ingreso; pero si trabajaba con ellos, sabía que estos dañarían a sus hermanos árboles y a toda la naturaleza. ¡Qué dolor sentía su corazón! Pero de repente, surgió en su memoria aquel mensaje de su mamá: rema sin parar…
Entonces cuando descendieron a tierra los extractivistas; él comenzó a remar sobre un tronco para que no se dieran cuenta de que les estaba abandonando a su suerte. Se tapó con ramas para que no lo descubrieran y se quedó camuflado entre el follaje. Se durmió agotado por el cansancio; y cuando los rayos del sol mañanero acariciaban su rostro, se levantó y se dirigió a la aldea más cercana.
De lejos divisó las chozas, pero a medida que se aproximaba empezó a oír lamentos. Eran sus hermanos de comunidad atacados por el COVID. Una voz tenue, pero a la vez firme y decidida, se escuchó a lo lejos, era el cacique Ojos de Águila; venía arrastrando con esfuerzo sus debilitadas piernas y decía: Vete hermano, regrésate, no te acerques. La peste ha llegado hasta aquí. Ha llegado la hora de encontrarnos con nuestros antepasados… Pero, Árbol Pequeño se quedó inmovilizado; recordó una vez más las palabras de su May (madre): rema sin parar…
Entonces salió corriendo en busca del Chamán. Él sabía bien dónde vivía, pues, conocía el paraje oculto entre los árboles frondosos del Pequiá piqui. Corrió resistiendo a los espinos del camino, abriéndose paso con sus brazos entre los juncales, sin importarle si se hundía en el fango… de vez en cuando pedía permiso a la madre tierra para pasar con prisa, ya que era un caso de vida o muerte; y en su interior rezaba al Dios creador diciendo:
“Señor de Cielo y tierra, Señor del viento y del agua; Tú eres el Señor de la vida, no permitas que se extingan tus criaturas muy amadas, ven a disipar la densa niebla de desaliento y de temor que quiere invadirlo todo. Ven con tu Espíritu Sagrado, ven de los cuatro vientos, sopla sobre esta comunidad para confirmar que el amor es más fuerte”
Los animales de la selva se solidarizaron con él adelantándose en el camino. Los rayos del sol iluminaban su sendero, el veloz viento del sur refrescaba su rostro curtido por el estío. Casi sin percatarse del tiempo transcurrido, llegó a la casa del Chamán, le contó con vehemencia lo que había sucedido en la aldea, rogándole que los curase con sus hierbas. Y así fue. El Chamán llevó sus provisiones de hojas de guayaba, eucaliptus, limón, boldo, aceite de caimán y miel, entre otros jarabes para combatir el virus.
Con el tierno cuidado de Árbol Pequeño y del leal curandero, habiendo perseverado en el tratamiento de las medicinas naturales, todos consiguieron sanar. Poco a poco fueron recobrando sus fuerzas originales; sus espaldas ya no dolían, el fuego de la fiebre ya no ardía, las fuerzas comenzaban a resurgir desde dentro, sus gargantas ya podían cantar y alabar al Creador junto con las aves del cielo. Las mujeres comenzaron a hacer sus deliciosas comidas, chichas y mocochinchi para beber y degustar los sabores y aromas agradables de la madre naturaleza.
Y… ¿quieren saber qué sucedió con los extractivistas que dejó Árbol Pequeño en aquel recorrido por el Mamoré?, pues, se perdieron en la selva y se convirtieron en alimento de los buitres. Y así; la madre naturaleza volvió a sus orígenes, restaurando la armonía del Buen vivir, por el que todos pueden vivir bien, sin distinciones ni exclusivismos, según la necesidad de cada uno. Porque todo está interconectado.
Árbol Pequeño continuó su misión de “remero” y sigue remando por el mar de la vida y de la historia. A veces, su corazón presiente que los de “vanguardia” pretenden que la gente olvide su pasado, pues, dicen: “vive tu momento y nada más”, “mira la historia antes de que se borre”, “lee antes de que desaparezca” … pero en el fondo de su memoria agradecida tiene la certeza de que la historia es como la raíz de un árbol, la que sostiene y da firmeza al crecimiento integral de una criatura.
En este tiempo post-pandémico, Árbol Pequeño sigue escuchando resonar la dulce y potente voz de su madre diciendo: ¡sigue remando!
Fuente: Vatican News