María Eugenia Carrizo nació en la Río Cuarto, en la provincia de Córdoba (Argentina), hace 35 años. Es misionera laica y vive ahora en la Amazonía boliviana. Desde niña fue formada bajo principios de la espiritualidad franciscana como la contemplación, la paciencia, el silencio, la apreciación de lo sencillo, lo pequeño y lo comunitario, encontrando cómo Dios lo habita todo de una manera muy sutil. Luego, a su llegada a Moxos, incorporó a su formación espiritual los principios de la espiritualidad ignaciana, conociendo cómo el amor se vive y se pone más en obras que en palabras.
Por Susana Espinosa *
Sin poder reconocer si es causa o efecto, Mauge (como le gusta que le llamen) se enamoró de la Amazonía, de la realidad concreta de San Ignacio de Moxos, y reconoce que esta es la que le mueve a seguir haciendo lo que viene haciendo. En este artículo, nos permitiremos conocer un poco más sobre la misión de esta persona, sobre la vida en San Ignacio de Moxos, el rol de la mujer en la Iglesia y la esperanza en tiempos de crisis.
La mirada de Mauge se ilumina cuando habla de las cosas que más admira de las personas de la región. Cuenta que estas personas viven valores de la espiritualidad ignaciana, como el salvar la proposición del otro, es decir, nunca hablan mal de nadie: “nunca piensan que el otro los puede hacer daño, no viven en un clima de desconfianza”. Prevalece el clima de la escucha al otro, en comunión con todo y con todos los que les rodean. Aunque son aspectos profundamente admirables de una perspectiva humana, admite que también los llega a fragilizar en medio de la dinámica del mundo occidentalizado.
Permanente aprendizaje
Mauge tiene la convicción de vivir en permanente aprendizaje, de vivir dejándose desafiar por lo que Dios y la vida ponen en su camino. Las personas con la que comparte día a día le enseñan a apreciar los distintos ritmos que existen de luchar. Ritmos que pueden parecer más lentos o más pausados, en comparación con otros, pero que en definitiva marcan no solo el hacia qué horizonte caminar sino también la manera en la que es preciso hacerlo. Es la escuela del saber callar y saber acompañar.
La gente de San Ignacio de Moxos, una parroquia extensa en dimensiones, ha sido una gran escuela de vida para Mauge. Nos cuenta que la gente ahí te mira con misericordia y perdón, que invitan a vivir la experiencia de Dios encarnado en la vida cotidiana, como nos lo invita la contemplación para alcanzar amor en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.
Al hablar sobre el rol de las mujeres en las comunidades de San Ignacio de Moxos, Mauge comparte cómo se aprecia el rol y la importancia de las mujeres en Moxos. En primer lugar, nos invita a liberarnos de conceptos occidentalizados y urbanizados de feminismo, trayendo el aporte propio de los procesos reivindicativos de las mujeres al interior de sus comunidades. En este sentido, nos dice “no es ser menos feminista el hacer la comida para tus hijos, no es menos feminista quedarte en la casa y hacer las labores del hogar. No es menos feminista ser el sustento afectivo de las familias. Me han enseñado que hay otra forma de ser feminista más allá de mis concepciones”.
Rol de las mujeres en las comunidades
Las mujeres de Moxos son guerreras natas. Al momento de ver amenazadas sus comunidades, no tienen ningún reparo en salir a la primera línea a hacer respetar sus derechos y la protección a su territorio. Estas mujeres, nos dice Mauge: “lo único que tenían para poner era su cuerpo, su voz. Los invasores venían entre hombres, con sus camionetas. Ellas solo se pararon ahí.” Nos comparte lo admirable que es la manera de luchar de las mujeres, con poco discurso y con acciones contundentes. En estas culturas, la voz de las mujeres no se mide en una cantidad que pueda ser comparada con la de los hombres. Las mujeres hacen uso de su palabra, poniendo por delante la experiencia y la representatividad que les sustenta, para orientar los encaminamientos finales de las sesiones asamblearias, para aterrizar cualquier idea que haya quedado vaga en largas discusiones protagonizadas por los hombres. Mauge explica cómo esto le ha ayudado a deconstruir el concepto de feminismo que llevaba por dentro, el pensar qué es ser mujer y cuál es la manera de incidir en la realidad, más allá de la categoría de feminismo.
Las mujeres mojeñas más sabias ocupan espacios de una manera muy sutil. “Hacen presencia en los lugares donde están, pero sin invadir, sin presionar, sin usar la fuerza; de una forma que sabe esperar hasta el punto exacto en que van fecundando la idea hasta que sale”. Cualquier lógica ajena a esta, a la sabiduría de la paciencia y de la gestación pausada, podría desesperarse y romper con estos espacios. Al parecer Mauge nos habla no solo de la escuela de participación que tienen las culturas que viven en San Ignacio de Moxos, sino de cómo ellas y ellos han ido esculpiendo un rostro de Iglesia que es animada desde ese mismo espíritu sabio de la paciencia, fuera de cualquier lógica de imposición vertical.
Esta Iglesia en San Ignacio de Moxos, tiene nombres concretos que simbolizan para Mauge el rostro transformador de la Iglesia: Don Bacilio, Doña Cata, Yoli, Don Enrique, Doña Rita, Tata Pascualito. Cada uno tiene un aporte único a esta convicción transformadora de la Iglesia. Cada uno representa un rostro concreto de Iglesia que acoge y trasciende el púlpito, que acompaña la vida cotidiana de la comunidad, que es sensible a las necesidades de los demás, que es feliz e irradia eso mismo. Las mujeres que están tras de este proceso de representar una Iglesia transformadora son capaces de construir Iglesia desde sus cimientos -físicamente hablando- hasta llevar la Iglesia consigo cuando deben defender su territorio acompañadas nada más de sus hijos.
Ministerios femeninos
Mauge se emociona al pensar que la Iglesia de la que viene, en muchos sentidos está en contraposición a la Iglesia que se viven en Moxos. Dice que siente que viene de una Iglesia que parecería tener todavía mucho de Estado, de ONG, de querer hacer cosas grandes, de salvar causas grandes. Mientras la vida le ha presentado una Iglesia impregnada de sencillez y vida cotidiana.
Una de las tentaciones al inicio de la experiencia de vida de Mauge como misionera en la Iglesia fue pensar que era necesario crear más “dignidades” para las mujeres, y que estas sean equiparables a las de los hombres: como los roles de diáconos y sacerdotes. Luego, comprendió que la realidad en la que vive, le invita a pensar que es necesaria la creación de más ministerios pero que no entren en la dinámica de la jerarquización de los roles. El contexto histórico que vive la Iglesia en la Amazonía le anima a pensar estamos a puertas de construir una Iglesia nueva, desde esta intuición que las mujeres compartimos por las novedades que sopla el espíritu.
La Iglesia que vive territorialmente encarnada en la Amazonía, que, como en Moxos, es animada por personas que traen una sabiduría milenaria de responder a las invitaciones permanente del Espíritu, a renovar las formas y las opciones de encarnar la revelación del amor y la justicia, lo que hemos llamado también como la construcción del Reino de Dios, aquí y ahora.
Las mujeres tenemos la capacidad de gestar cosas nuevas, en ese sentido, estamos especialmente interpeladas a generar desde la genuina novedad los procesos de cambio que son necesarios para responder apropiadamente a lo que la realidad está pidiendo de la Iglesia.
Amenazas a la cultura
El contexto de la pandemia ha profundizado la fragilidad de la realidad en la Panamazonía. Las desigualdades, las injusticias, la desatención de los estados, las sistemáticas violaciones a los derechos humanos. A este frágil escenario se ha sumado la pandemia por el COVID-19, que no solo ha cobrado numerosas vidas, sino que sigue amenazando la supervivencia de quienes más desprotegidos se encuentran. En este sentido, ¿qué es lo prioritario? ¿por dónde comenzar a atender a esta realidad?
Mauge piensa que lo central ante cualquiera de los factores que amenazan la realidad es la cultura. El fortalecimiento de las culturas debe ser la puerta de entrada de cualquier acción. En el aspecto de la pandemia, ha sido la tradición de los cuidados de la salud la que ha mantenido a la población protegida y acompañada durante los ciclos de enfermedad por el COVID-19. También, las profundas raíces espirituales que existen en las culturas han logrado que las personas se mantengan positivas ante la realidad, y que la mejor forma de enfrentar estas amenazas es a través de la fe y la esperanza. “Es momento de dejar los espejitos atrás [en relación a cómo se ha vendido la idea de que lo único válido es lo occidental externo a sus culturas] y de volver a mirar su oro, de darle valor a su oro”. Mauge nos cuenta de una serie de iniciativas que son impulsadas por la parroquia para recuperar la tradición oral, plasmarla de otras maneras para mantener la sensibilización cultural intergeneracional en las comunidades que acompañan.
Sobre este proceso, Mauge nos explica que existe un fenómeno particular en el territorio que acompaña. Hay una fácil y directa transmisión entre la generación de los abuelos y la de los nietos. Estas generaciones comparten la centralidad de la cultura, buscando fortalecerla cotidianamente. Sin embargo, la generación del medio, de las personas entre 40 y 60 años, viene a ser la generación que experimenta más problemas de asimilación de su cultura. Son las personas que recibieron de primera mano los primeros contactos con la cultura occidental y el Estado con su aparato ideológico representado en sus políticas de educación, salud y desarrollo en general. Es la generación a quienes se les prohibió hablar en su idioma y la que sufrió mayor violencia y persecución por su origen cultural.
Por ello, el trabajo de rescate cultural se basa sobre todo en la transmisión intergeneracional entre abuelos y nietos. El trabajo de acompañamiento pastoral de parte de Mauge y el equipo de la parroquia está orientado a atender integralmente a estas generaciones para fortalecer la transmisión de la cultura y las tradiciones. El acompañamiento pastoral se centra en la labor de la contención, en particular con jóvenes, niñas y niños. Son espacios en los que ellos pueden cultivar su niñez y adolescencia, siempre en vínculo con su cultura. Como en muchas realidades indígenas de la Panamazonía, los y las jóvenes tienen que asumir responsabilidades familiares a muy corta edad. El acompañamiento pastoral se da en de manera integrada a su proceso personal y a sus procesos comunitarios.
Mujer y misionera afortunada
En retrospectiva, si esta mujer de 35 años, que ha podido vivir una misión completamente entregada, teniendo el coraje para desarmarse y volverse a armar las veces que han sido necesarias, si ella misma pudiera darle consejos a la Mauge que llegó a la Amazonía a los 27 años, ¿qué le diría?
“Que tenga menos miedos, que sea capaz de soltar más rápido, que sea capaz de preguntarse más cosas, que sea capaz de dejarse sorprender un poco más, que sea capaz de desacelerar. Que venga con menos respuestas y con más preguntas.”
Cuando le pregunto si volvería a empezar, dice lo siguiente: “claro que sí, soy una mejor persona desde que estoy aquí… Me han hecho mejor mujer, mejor persona, mejor mamá. Sin duda lo volvería a hacer.”
María Eugenia Carrizo, que se considera una mujer afortunada y llamada constantemente a renovar su misión en el territorio sagrado en el que está, recibe tanto como lo que renuncia. Las más grandes elecciones implican grandes renuncias. Es preciso mucho coraje para renunciar a estar cerca de su familia y amigos, en función de perseguir un llamado y una manera de ser feliz en la entrega y el servicio a un llamado mayor. Mauge encarna esa Iglesia viva, que acompaña en lo cotidiano y en lo estratégico, que respeta los ritmos de las personas y la realidad, dejando que el “cómo” lo transforme todo.
Esta mujer, como tantas otras, cuyas historias solo no conocemos todavía, siguen contagiando alegría, esperanza, fortaleza y fe a su paso, y tenemos la suerte de contar con ellas en nuestra querida Amazonía.