El documental ‘Petróleo, temor al veneno mortal’ fue proyectado en una actividad paralela al Sínodo de la Amazonía, en Roma, acercando la problemática de los derrames en la zona norte del Perú a la opinión pública europea. El obispo del Vicariato de Jaén, monseñor Alfredo Vizcarra, y la coordinadora de la Pastoral de la Tierra del Vicariato de Yurimaguas, Lucero Guillén, comentaron posteriormente estas situaciones cada vez más presentes en la Amazonía de Perú.
Por Beatriz García Blasco – CAAAP
Roma, 20 de octubre de 2019. “El Señor dice no matar. Pero hay muchas formas de matar la vida y las esperanzas de la gente y eso nos tiene que preocupar como Iglesia. No nos podemos permitir pueblos enteros sufriendo en la frustración de que no hay futuro. ¡Sí! ¡Sí hay futuro!”. Son las palabras con las que iniciaba la intervención de Lucero Guillén, coordinadora de la Pastoral de la Tierra del Vicariato Apostólico de Yurimaguas, luego de haber visionado el documental ‘Petróleo, temor al veneno mortal’ que se proyectó el día de ayer en la sala Marconi, en las instalaciones de Radio Vaticano. Fue una actividad que también contó con la presencia de monseñor Alfredo Vizcarra, obispo del Vicariato de Jaén, presidente del CAAAP y coordinador de la REPAM en Perú, y que estuvo impulsada desde el Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica (CAAAP) dentro de las actividades de ‘Amazonía: Casa Común’ que se vienen dando de forma paralela al Sínodo de la Amazonía, en Roma.
‘Petróleo, temor al veneno mortal’ recoge la problemática que, casi cuatro años después, todavía aqueja a las poblaciones afectadas por el derrame de la quebrada Inayo (o el conocido como ‘derrame de Chiriaco’) en enero de 2016. Fueron más de 3.000 barriles de petróleo que convirtieron las quebradas y ríos de esa parte de la región Amazonas en “las aguas negras de la muerte”, como las denominaron los pueblos indígenas dentro del discurso al Papa Francisco en Puerto Maldonado.
En aquellos días post-derrame monseñor Vizcarra estaba por ahí y pudo ver con sus propios ojos el desastre. “Recuerdo que nosotros, como Iglesia, sacamos un comunicado que fue publicado en un periódico de alcance nacional y tenía cuatro puntos principales: el saneamiento del agua, la atención inmediata en salud, la reparación del oleoducto y un monitoreo de que todo esto se estaba realizando adecuadamente”, enumeró monseñor. De todo eso, apenas nada. El Estado llevó botellas de cinco litros de agua por un tiempo, pero luego vuelta a la misma situación. Es más, ante la inacción de los gobernantes la unión de varias instituciones, entre ellas el CAAAP y el Vicariato, se encargó de realizar análisis en 24 menores que fueron enviados a un laboratorio independiente en Canadá: todos tenían presencia de metales tóxicos en su sangre.
“Es lamentable. Son muchos años, siglos, en que si el Estado se ha acercado a los pueblos indígenas nunca ha sido pensando en sus necesidades, en cómo el Estado puede ser un factor de mejora para la vida de estas personas. Eso es muy peligroso para la vida de un país”, lamentó el obispo del Vicariato de Jaén. Unas críticas al Estado que Lucero Guillén, con su amplia experiencia, denuncia alto y claro. La zona en la que trabaja también tiene, entre sus problemáticas medioambientales, los derrames de petróleo muy presentes. “Hay actores importantes que tendrían que actuar y no actúan. Los gobiernos regionales se han pasado años y años con canon petrolero y no han hecho casi nada, las poblaciones de dónde sacan el recurso están en la miseria”, denunció.
También critica las habituales prácticas empresariales de contentar a la población a través de donativos, a las que considera “migajas”, y lamenta que muchos de esos empresarios sean personas creyentes que, sin embargo, no apuestan por “el Dios de la vida”. Cambiar eso es un gran reto: “¿Cómo se convierten? Tienen que sentirse responsables de lo que está ocurriendo. Hasta hoy se lavan las manos. Los niños han recogido petróleo y les hemos dado tanto de dinero, y todavía sienten que están haciendo una obra muy buena. Los que vivimos ahí y los vemos sabemos que esa es la muerte. Y la gente sabe que se está muriendo. Por eso estamos aquí, y agradecemos al Sínodo que coloca en la agenda estos temas”.
Por boca de monseñor Vizcarra se escucha la misma palabra en relación a la actitud de las personas que viven en carne propia los derrames y otras amenazas a la Madre Tierra: frustración. “Imagino que para ellos la expectativa era que, la entrada del Estado, sería un cambio en sus vidas para mejor, pero se les ha complicado muchísimo porque los servicios son muy deficientes. Antes vivían sin necesidad de dinero, pero ahora lo necesitan y como no tienen migran a otros lugares, o vienen los mineros y dan dinero fácil, ¿qué hacer? Es una difícil decisión, pero a la vez están hipotecando su vida y la de sus hijos”. Lo más duro, por si fuera poco, es que cuando el tubo del petróleo se rompe, cuando hay fugas y derrames, el principal sospechoso es el indígena.
“La muerte no nos puede ganar”
A los “errores” que el Estado es incapaz de corregir durante años y décadas la hermana Lucero prefiere bautizarlos de otra forma, pues son “horrores”. Y ante la crudeza y la gravedad, a pesar de que reconoce que es complicado, su propuesta es exigir y presionar. “Tenemos que ser una Iglesia que planta cara”, afirma. Cree firmemente en la defensa de la vida: “Cuando la Iglesia habla y presiona somos terroristas o mal vistos. Pero no importa, no podemos callarnos ante el sufrimiento de la gente”.
Guillén tiene claro la unión entre persona y territorio, que es solo uno. Ahí, en la Amazonía, las poblaciones del lugar se desenvuelven como “pez en el agua” y son los foráneos quienes se sienten perdidos, quienes no se encuentran, quienes no saben cómo nadar. Y, hablando de agua es el derecho al agua el que más se ve vulnerado. “Se mata ese derecho a la vida haciendo escasear el agua limpia y saludable. Para los amazónicos, los ríos no solo son sus carreteras, sino su fuente de alimentación. Les quitamos el agua, estamos matándolos”, aseveró la coordinadora de la Pastoral de la Tierra.
Una realidad que duele y avergüenza y que viene a confirmar lo que el ex presidente Alan García manifestó. Sí, aquello de que unos ciudadanos son de primera y otros de segunda. Pero, como recuerda Guillén, los creyentes no pueden aceptar algo así: “Como Iglesia todas las personas somos de primera categoría, con distintas formas de vida, pero de primera categoría”.