El papel clave de las mujeres indígenas en los momentos más difíciles de sus pueblos está fuera de toda duda. Como se conoce, en el conflicto armado interno, el pueblo asháninka fue seriamente diezmado por la violencia de esa época. Las madres, hijas o hermanas sufrieron de cerca la muerte de uno o varios seres queridos. Sobre ese y otros asuntos conversamos con Luzmila, Bernardita y Yéssica en el Día Internacional de la Mujer Indígena. Tres mujeres asháninkas que, cada una en su época, dan ejemplo de lucha y compromiso en la defensa de su pueblo, territorio y cultura.
Por: Beatriz García
Luzmila lleva grabadas las palabras que un día le dijo su padre: “Cuando yo muera se van a dar invasiones, van a ser momentos difíciles. Yo, en mis sueños, veo que tú estás llamada para defender a nuestro pueblo. Pero ojo, a defender, no a engañar”. Don Alfredo Chiricente era un líder nato y, de entre todos sus hijos, y a pesar de ser mujer, vio que Luzmila sería quien siguiera sus pasos. Hoy, Luzmila Chiricente es la presidenta de la Federación Regional de Mujeres Asháninkas, Nomatsiguengas y Kakintes (FREMANK) de la Selva Central.
Bernardita tuvo que enfrentarse a más de un varón de las comunidades por las que trabajaba. “¿Acaso a ti te va a doler cuando nazca mi hijo? ¿Acaso tú los vas a criar? ¿Te va a costar tu plata?”, le gritaban cuando daba charlas sobre planificación familiar. Y ella, con apenas 16 años, les contestaba firme: “Si quieres a tu mujer, la tienes que querer sana. Si quieres a tus hijos, les debes querer bien alimentados y fuertes”. Hoy, Bernardita Vega, es la presidenta de la Mesa de Diálogo de la provincia de Satipo (Junín).
Yéssica canta y danza para que todo el mundo conozca su cultura. Aunque era lo que le gustaba, jamás había pensado dedicarse al arte de manera profesional. Pero la suerte estuvo de cara. Un día, por su comunidad apareció el periodista José María Salcedo para grabar un documental acompañado del musicólogo Abraham Padilla. “Grabaron a muchos niños, pero les sorprendió mi voz y me eligieron”, cuenta. Comenta que le gusta compartir libremente porque “mostrar nuestras raíces no es una prohibición, es una riqueza que debemos enseñar”. Hoy, Yéssica Sánchez, con apenas 28 años, tiene su propio grupo musical y es embajadora de la cultura asháninka gracias a la dulzura de su voz.
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Luzmila, Bernardita y Yéssica. Tres mujeres asháninkas que viven en primera persona aquello en lo que creen: la mujer asháninka es, ante todo, una mujer fuerte y que, ante las adversidades, se crece. Tres generaciones distintas unidas por el mismo amor y compromiso con su pueblo.
Ella es la menor, pero tiene claro cuál es su propósito. Sabe bien para qué es que Dios la puso en el mundo. “La música nos hace vibrar, sin música no habría alegría, todos estaríamos tristes”, opina Yéssica Sánchez. Natural de la comunidad Otika, a orillas del río Tambo, viste su cushma con orgullo y siente a la Madre Tierra bajo sus pies descalzos. Aunque la actuación sea al aire libre y en pleno invierno limeño. Adapta canciones tradicionales asháninkas pero no cierra las puertas a las nuevas creaciones: lo que importa es transmitir la cultura y las enseñanzas de los abuelos. Uno de sus logros es haber cantado con la Orquesta Sinfónica de Perú, allá por el 2009. Quizás no sea una lideresa ‘convencional’, pero sí una auténtica lideresa cultural.
Cuando Yéssica aún no nacía, Luzmila y Bernardita padecían en carne propia los peores años del conflicto armado. Luzmila perdió a un hijo de tan sólo 14 años. “Se fue a hacer unas compras y lo llevaron. Nunca más volvió. Nunca supe si está vivo o muerto”, cuenta apenada. En los momentos más duros, apenas 17 personas resistieron en su comunidad. Los demás huyeron selva adentro, pero ella optó por resistir porque “teníamos que defender el territorio, si nos íbamos nos lo quitaban”. Bernardita perdió un hermano y un padre. Y ella se escapó por su astucia adolescente. “Como tenía dos hermanos militares, toda la familia éramos objetivo de Sendero, por eso mi padre nos hizo huir al monte. Estuvimos metidos por más de dos meses hasta que nos pasaron la voz que iban a llevarme, así que a media noche escapé y me refugié en el convento con el Padre Castillo”, narra refiriéndose a la Misión Franciscana de su comunidad, Puerto Ocopa. Bernardita ya nunca más volvió a ver a su papá.
Conversar de aquellos años reabre heridas que nunca llegan a cerrarse. “Primero veíamos gente que iba y venía, como si fueran turistas, pero luego eso ya fue a más hasta que llegó un momento que nos sentíamos enjaulados porque nunca sabíamos con quién estábamos hablando, de qué lado estaba la persona que tenías enfrente”, recuerda Luzmila quien ya en aquellos años destacaba como lideresa.
La discriminación, que es visible a los ojos de la mayoría, es lo que movió tanto a Luzmila como a Bernardita a integrarse en las organizaciones indígenas. Primero desde abajo, desde cargos comunales de sus comunidades. “Cuando me llamaron por primera vez yo apenas sabía escribir”, recuerda Luzmila, “pero asumí porque quería aprender y defender, por eso siempre me gustaba escuchar a los ancianos”. Por su parte a Bernardita su huida de los terroristas e ingreso en la Misión le marcó. Tanto así que menciona una y otra vez la figura del Padre Teodorico Castillo e incluso cuenta que, allá en Puerto Ocopa, tienen la imagen de la virgencita asháninka que representa el retorno de los pobladores asháninkas hacia la comunidad tras los duros años del terrorismo. “En el convento me di cuenta de que entre mujeres teníamos que ayudarnos”, rememora, “como mucha gente estaba en el monte, llegaban niños realmente desnutridos, así que comencé en el Club de Madres”.
¿Y en la actualidad? Aunque reconocen mejoras, Yéssica, Luzmila y Bernardita coinciden: en las comunidades todavía hay un importante componente machista. “No quieren que las mujeres progresen, hay hombres que quieren seguir dominando. Ya vale de que gobiernen siempre ellos. Yo quiero que las mujeres se integren al grupo y puedan decir: ya basta de ser cuartas o quintas, nosotras también podemos”, afirma tajante Bernardita. Y en ese contexto machista, Luzmila muestra especial preocupación por el incremento de la violencia en el hogar. Recuerda que antes no era tan habitual y trata de buscar los porqués que indiquen de dónde proviene el aumento. Tiene dos explicaciones: la colonización y el conflicto armado. “Por un lado creo que es porque vemos que en otras familias se da y muchos varones imitan lo que hace el colono, pero también debe ser fruto de tanto enfrentamiento, los jóvenes se metían a militares desde bien jóvenes y cuando regresan creo que algo de eso queda”, considera la lideresa asháninka.
Cada una desde su espacio, estas tres mujeres mantienen viva la esperanza de un mejor futuro para todo su pueblo pero, muy especialmente, para quienes muchas veces no son conscientes de su enorme valor y se resignan a quedarse al costado. Mujeres dando la mano a mujeres. Ellas son orgullosamente asháninkas.