Quienes vivieron en primera persona la histórica visita del Santo Padre a Puerto Maldonado reflexionan sobre aquel día y las enseñanzas personales y colectivas que dejó.
Compromiso, unión, esperanza. Son los términos más repetidos por quienes, hace un año, se convirtieron por unas horas en centro de atención tanto a nivel nacional como internacional. Hoy, 19 de enero, se cumple un año de la visita histórica del Papa Francisco a Puerto Maldonado, capital de la región Madre de Dios. Una zona del país que acostumbra a ser noticia por las complejas problemáticas sociales y medioambientales que le acompañan. Minería ilegal, trata de personas, deforestación, inseguridad… realidades e injusticias cotidianas ante las que el máximo representante de la Iglesia Católica volteó la mirada y lanzó un mensaje que fortaleció y renovó la ilusión de miles de indígenas tanto del Vicariato Apostólico de Puerto Maldonado como de otros rincones de la selva amazónica.
Coordinar un evento de tanta magnitud fue, sin duda, el mayor reto asumido por las autoridades locales de Madre de Dios, tanto eclesiásticas como políticas y sociales. Juan Carlos Navarro, secretario general de Cáritas Madre de Dios lo sabe bien. Él, por encargo de Monseñor David, asumió la coordinación general de la visita del Santo Padre al Vicariato. “Creo que logramos formar un gran equipo y, a pesar de los temores y el cansancio con reuniones día y noche, todo salió bien”, rememora. En lo personal, confiesa, esta grata experiencia le sirvió para reafirmar su compromiso y “la labor que, como Iglesia, tenemos aquí acompañando y asistiendo a los más necesitados”. Y es que, explica, son precisamente ellos quienes un año después continúan guardando intacta la emoción vivida.
“Todo sigue nítido en mi memoria, como si fuese ayer”. La voz alegre de Delio Siticonatzi, joven profesor asháninka natural de Santa Rosita (río Tambo, Junín) desborda gratitud hacia el Papa Francisco. “Fue muy emocionante ver y compartir con el líder de la Iglesia en nuestra propia casa”, dice quien ese día tuvo el honor de ejercer como maestro de ceremonias. No lo esconde, la figura de Francisco le impresionó. “Estar ahí cerca fue indescriptible. El Papa transmite mucha alegría, con una mirada sencilla y humilde que te invita a caminar juntos”, describe.
Además, también tuvo el honor de organizar las danzas y cantos que se regalaron al Papa mostrando al mundo la riqueza cultural de la Amazonía Peruana. “Se escogió el canto tradicional asháninka llamado ‘Pam pa Tiniro’¸ que narra el vuelo de “una palomita que recorre río arriba y abajo en busca de esperanza”. Una melodía que se utilizó como metáfora de lo que los pueblos indígenas solicitan a la Iglesia: “Sentimos que necesitamos ese aliento, esa esperanza”. Siticonatzi ve claro cuál es ahora el camino. “Tenemos el reto de incentivar más a los jóvenes sobre la revalorización de la cultura ancestral, en los cantos, las danzas, la espiritualidad, los valores ancestrales…”, reflexiona, “con ellos se puede buscar otra forma de desarrollo, no primitiva, sino actualizada y alineada con el cambio de los tiempos”.
Quienes durante años viven, comparten y acompañan a decenas de comunidades nativas dispersas por el Vicariato Apostólico de Puerto Maldonado, los misioneros y misioneras dominicos rescatan, del paso del Papa por la selva, la unión y fortaleza recibida. “Francisco nos está moviendo a trabajar en conjunto, dándonos la mano con todas las personas e instituciones que aportan en lo referente al trabajo con los pueblos indígenas”, opina la Hermana Susana Fong, quien lleva más de dos décadas de labor misionera en el Bajo Urubamba (Cusco y Ucayali), “además, el hecho de que pudieran participar hermanos de todas las etnias permitió que se despertase en ellos el deseo de seguir conociendo la Palabra de Dios”. La misionera reconoce que la labor misionera es lenta pero “no debemos desanimarnos, pues los pueblos indígenas merecen dignidad siempre en concordancia y respeto hacia su cultura y cosmovisión”.
Junto a otros misioneros, tuvo la dicha de saludar al Papa Francisco y entregarle unos presentes en representación de los religiosos y religiosas que trabajan en la selva. “Le percibí como una persona suave que se siente, al igual que nosotros, atraído por la selva, la ecología y el respeto al medio ambiente”, rememora, “es precioso recordar esos momentos de todos juntos unidos por una iglesia amazónica”.
Alegría y unión que fue captada por cientos de cámaras fotográficas. Una de ellas fue la de Pavel Martiarena, fotógrafo madrediosense. “Gracias a la visita el sur peruano se ha dado cuenta de que Madre de Dios existe y que Puerto Maldonado no es sólo la ciudad amazónica más importantes del sur sino también la puerta de entrada al Brasil y con muchas riquezas naturales por conocer”, reflexiona. A nivel interno, también percibe cambios en positivo. “Puerto Maldonado ha volteado la mirada hacia sus comunidades y hermanos, tantas veces marginados y olvidados”, asegura Martiarena, “el Papa nos dejó un mensaje poderoso a todos los madrediosenses, nos interpeló a todos hacia la necesidad de unión y lucha pacífica por la preservación de nuestra región”. Una experiencia que describe como “transformadora”, tanto a nivel personal como colectivo.
Los relatos de Navarro, Siticonatzi, Fong y Martiarena son sólo una muestra de los innumerables recuerdos y sensaciones que el Papa Francisco dejó tras su paso por la Amazonía. Una preocupación, la del Santo Padre, que en este 2019 continúa latente y trabajándose en el camino hacia el Sínodo Amazónico que se celebrará en octubre.