Son 35 años desde aquel gesto histórico de 1987, donde se derramó la sangre de estos misioneros mártires. Desde entonces no han dejado de resonar sus latidos de amor misionero en nuestra Amazonía.
Por Mons. Rafael Cob
Alejandro e Inés se han convertido en el modelo extremo de defender a estos pueblos, hasta cumplir las palabras de Jesus: “no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). El amor a estos pueblos por los que murieron era tan grande, que fueron capaces de apostar por entregar sus vidas, corriendo el riesgo de perder su propia vida. Y así lo hicieron.
Como pasó con ellos, hoy día sabemos de la entrega y generosidad de muchos misioneros en el mundo que siguen desgastando sus vidas, compartiéndola con los más pobres de la tierra en medio de tantos peligros y jugándose su propia vida.
Intrépidos misioneros de la Amazonía
Los pensamientos que pasaron por la mente y la cabeza de estos intrépidos misioneros de la selva amazónica, antes de emprender el vuelo hacia la eternidad, se desprende de sus palabras que como testamento vivo dijeron para la historia: “Si no vamos nosotros les matan a ellos”.
Esta afirmación refleja la certeza de que su amor a estos pueblos llegaba hasta el extremo, sin reserva alguna. Su pasión por la misión en este territorio de la Amazonia le llevó a Mons. Alejandro a encarnarse en la cultura de esos pueblos, así como Jesús que, siendo Dios, se hizo hombre en nuestra tierra para salvarnos.
Alejandro también se hizo uno de los hijos de este pueblo que amaba. Uno de su familia, de su cultura, en su vivir y en su pensar. Un maestro de la inculturación que hoy nos pide la Iglesia a todos si queremos de verdad evangelizar al estilo de Jesús: con una espiritualidad de la escucha y de la contemplación, con una profunda espiritualidad de la paz y la armonía, de la fraternidad y de la sinodalidad; caminando con el pueblo e inspirado por el Espíritu, descubriendo las semillas del Verbo en su cosmovisión y mitología; haciéndose pobre con los pobres, imitando sus costumbres, aprendiendo de su vida, defendiendo sus valores; soñando, como Francisco, con un mundo vivido en armonía y fraternidad; y soñando con una Iglesia nativa, con rostro amazónico.
Seguimos soñando
Soñamos con una Iglesia: mas laical y menos clerical, más ministerial y samaritana; más profética; más valiente y arriesgada, sembrando en una tierra con más esperanza y menos temor; con mas amor a esta Amazonía y a su gente; que vive en la espesura con los olvidados no contactados, rompiendo tabús y fronteras; sintiéndose libre como el águila en los cielos, abiertos de las alturas y sencillo como una paloma que llama a la paz; con un trato de respeto y ternura, haciendo la evangelización de la escucha; pasando de una pastoral de visita a una pastoral de presencia.
Presencia que santifica, presencia que purifica, presencia que humaniza y pacifica. Esa es la presencia que debe dejar la huella del buen misionero. Después de la celebración del Sínodo Amazónico y de la publicación de la exhortación “Querida Amazonia”, parece que Alejando se nos adelantó, pasando de la teoría a la práctica, abrió caminos para una Iglesia inculturada e intercultural, una iglesia de comunión, participación y misión.
Caminando juntos
Es una Iglesia del pueblo con sabor sinodal. Que se reúne en asamblea. Que vive la fraternidad. Que discierne, después de la escucha y guiados por el bien común. Que une. Que decide, después de consensos sin prisa y con pausas. “ue sigue avanzando en un mismo horizonte. Que es capaz de caminar horas y horas para llegar a la cima de la montaña y contemplando desde allí con perspectiva trascendente la llanura del valle fecundo.
Junto al fuego del Espíritu, Alejandro e Inés nos siguen enseñando con su vida, avanzando en el sendero de la humildad y sencillez franciscana, sabiendo participar en el misterio de estos pueblos amazónicos. Siguen alzando su voz y escuchando sus gritos del despojo y la marginación, de saber que el agua suave o torrencial de la cascada es expresión de la fuerza del espíritu generoso y sin medida. De una providencia que se da en la gratuidad samaritana y solidaria, volviendo su pobreza en riqueza, su silencio contemplativo en ofrenda de holocausto agradable a los ojos del Dios Padre y Madre, que se desborda en la exuberante naturaleza, que habla en la hermosura de la flora y la rica biodiversidad. Para decir en oración: “Laudato Si, oh mi Signore”.
En la cascada del agua cristalina que cae como lluvia torrencial y en el río impetuoso, que se abre serpenteando caprichoso por la selva oriental, en las flores exóticas de una liconia con vivo color escarlata o una tierna orquídea, que habla de la bondad creativa pegada al tronco húmedo del árbol dormido, caminando desnudo como el que pisa tierra sagrada con gran respeto, sin hacer ruido, y con una libertad interior y exterior que desafía al pensamiento de una cultura del que juzga no desde el corazón que libera sino desde una mente colonizadora que reprime y condena antes de escuchar.
Amor hasta dar la vida
Hoy, cuando miramos al otro continente, donde se desatan los fuegos en una tierra reseca y sedienta con una temperatura que quema y destruye, dejando a su paso desierto y tristeza, lágrimas y lamentos, diciendo con voz tenue como de resignación: es el cambio climático. Sentimos como que las causas de los males no hubiera que combatirlas, las consecuencias prevenirlas y los derechos de los pobres no hubiera que reclamarles porque no hay quien les defienda.
Hoy, agradecemos a Dios la vida y la entrega de Alejandro e Inés por un amor hasta dar la vida. Son mártires de la defensa de la vida en la Amazonía y ejemplo a seguir por las presentes y futuras generaciones. Pedimos a Dios que nos de su espíritu de generosidad y valentía, para que arriesguemos nuestras vidas con una fe inquebrantable, convencidos que un misionero termina cuando no camina y una Iglesia se muere cuando no es misionera. Por ello, queremos ser una Iglesia en salida, donde somos llamados a evangelizar con alegría. Con Alejandro e Inés, a defender la vida.