Este domingo 17 de septiembre, desde la Basílica de San Francisco en la ciudad de La Paz, el Mons. Giovani Arana, obispo de la Diócesis de El Alto y secretario general de la Conferencia Episcopal Boliviana, en su homilía llamó a las autoridades a crear políticas de protección y cuidado del medio ambiente: “Protegiendo a los bosques frente a la deforestación indiscriminada, de controlar el uso de químicos que contaminan nuestros ríos, tal el caso del mercurio”.
Por Micaela Diaz
El obispo se refirió al cambio climático y las sequías que atraviesa el país, alentando a la reconciliación a nivel personal, comunitario y con la naturaleza, destacando la responsabilidad de cuidar la creación y practicar la fraternidad con el entorno natural: “En nuestro país nos asecha un periodo de sequía, incluso, ya hay regiones que están enfrentado la escasez de agua, creo que aquí no se trata de buscar culpables, sino de hacernos responsables de lo que hasta ahora hemos hecho con la naturaleza y lo que a futuro debemos hacer”.
“Si hablamos de reconciliación y fraternidad, creo que es también tiempo de una reconciliación con la naturaleza, de vivir de manera más fraterna con lo que nos rodea”, pidió el obispo, y reiteró que “los desastres climáticos que estamos viviendo nos indican lo irresponsables que hemos sido en nuestra relación con el medio ambiente”; asimismo, llamó a practicar la reconciliación con la naturaleza a través acciones concretas.
El Mons. Giovani Arana enfocó su reflexión en el perdón y la reconciliación, y destacó que estas virtudes son esenciales en una sociedad donde el rencor y la venganza a menudo prevalecen: “Basta ver hoy las tantas confrontaciones que vive nuestro mundo; las guerras entre países, los enfrentamientos entre grupos sociales, que son justamente, causa de esta incapacidad que tenemos de no saber perdonar, de no saber construir una cultura donde la reconciliación sea también una práctica habitual”, sostuvo.
El obispo hizo hincapié en la importancia de romper el ciclo de odio y enemistad que surgen de la incapacidad para perdonar: “Esta realidad la vivimos también como país, donde lamentablemente las polarizaciones y divisiones han ido creciendo”.
El secretario general lamentó la falta de ejemplos y acciones concretas por parte de las autoridades: “No vemos de parte de nuestras autoridades ejemplos o acciones concretas que nos animen a entablar diálogos y así conseguir reconciliarnos frente a heridas y ofensas que incluso llevan años, y esto influye, además, en nuestras relaciones personales, llegando incluso a replicarse en el seno de nuestras familias”.
Frente a este panorama, la autoridad eclesial dijo que la solución es contemplar el ejemplo que nos da Dios, “para que en esa misma línea podamos llevar a la practica una autentica actitud de perdón, dejando de lado toda actitud de venganza y rencor y ser constructores de relaciones fraternas”.
La homilía concluyó con una invocación a la Virgen María para que inspire a los corazones a experimentar y practicar el perdón y la reconciliación en todas sus dimensiones.
HOMILÍA COMPLETA
DOMINGO XXIV – TIEMPO ORDINARIO
17 de septiembre 2023
Buenos días, queridos hermanos y hermanas, doy nuevamente la bienvenida a esta celebración de domingo a quienes están presentes en esta hermosa Basílica de San Francisco en la ciudad de La Paz y también saludo a quienes siguen la trasmisión por los diferentes medios de comunicación. Un saludo a todas las familias que nos ven desde sus hogares, a quienes lo hacen desde los hospitales, cárceles, asilos de ancianos, etc. Quiero decirles que, aun estando separados por la distancia, sientan nuestra cercanía, pues más allá de donde estemos, más allá de lo lejos que estemos, todos formamos parte del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
Hoy la palabra de Dios nos interpela sobre la necesidad de saber perdonar sobre la necesidad de ser personas de reconciliación y nos pone como ejemplo la actitud que Dios tiene hacia nosotros que somos continuos pecadores, pero al mismo tiempo en contante experiencia de reconciliación.
Con pesar debemos reconocer que vivimos en una sociedad donde aparentemente la palabra reconciliación nos solo es la menos usada, sino también la menos practicada, nos dejamos llevar muchas veces por el rencor y buscamos que el otro pague la ofensa que me hizo, así entramos en un círculo vicioso de nunca acabar donde el odio, las enemistades van creciendo día a día.
Basta ver hoy las tantas confrontaciones que vive nuestro mundo, las guerras entre países, los enfrentamientos entre grupos sociales, que son justamente, causa de esta incapacidad que tenemos de no saber perdonar, de no saber construir una cultura donde la reconciliación sea también una práctica habitual. Es cierto que no está en nuestras manos evitar las agresiones, las diferencias o las incomprensiones, sin embargo, no por eso debemos estar en constante enfrentamiento.
Esta realidad la vivimos también como país, donde lamentablemente las polarizaciones y divisiones han ido creciendo, no vemos de parte de nuestras autoridades ejemplos o acciones concretas que nos animen a entablar diálogos y así conseguir reconciliarnos frente a heridas y ofensas que incluso llevan años, y esto influye, además, en nuestras relaciones personales, llegando incluso a replicarse en el seno de nuestras familias; así tenemos parejas y padres de familia que son incapaces de hablar, que llevados por el rencor y el odio lo menos que hacen es dialogar, y terminan haciéndose daño unos a otros, sin ni siquiera medir las consecuencias fatales. Frente a este panorama, Dios nos dice que no debemos desalentarnos, hay una solución y la solución es contemplar el ejemplo que nos da Dios, para que en esa misma línea podamos llevar a la práctica una auténtica actitud de perdón, dejando de lado toda actitud de venganza y rencor y ser constructores de relaciones fraternas. Podemos acoger en esta línea lo que el Papa Francisco nos dice en su última Encíclica “Fratelli Tutti”, sobre la fraternidad y la amistad social, dice: “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos, un deseo mundial de hermandad”.
Vayamos ahora a los textos de la Palabra de Dios que hemos acabado de escuchar, la primera lectura tomada del libro del Eclesiástico nos pone en alerta sobre lo que implica no perdonar y quedarse en el rencor, en la ira, en la venganza, en el odio, etc. Dirá el texto: “El rencor y la ira son abominables… El hombre vengativo sufrirá”. La ira, dice, y el reconocer son abominables, es decir, son de por sí, malos y perjudiciales, nadie puede decir que son cosa buena y por tanto vivir dominados por la ira, vivir siempre con rencor sin perdonar, quedarse en resentimientos sin sentido, lo único que causa es sufrimiento para el rencoroso, pero también para quienes son víctimas de rencor. Bien podemos decir aquí que el odio genera más odio, que el resentimiento genera más resentimiento, por eso estamos llamados a romper con ese círculo, que, como lo dijimos, es vicioso, crece y crece, y no da lugar a la reconciliación.
El autor sagrado por su parte nos dice: “perdona el agravio a tu prójimo… acuérdate del fin, y deja de odiar”, si nos podemos a pensar, no ganamos nada odiando, por el contrario, perdemos nuestro tiempo en peleas inútiles; cuando podemos vivir tranquilos y felices sin rencores y resentimientos, sin buscar venganza, por eso te invito a que te hagas la siguiente pregunta ¿Siento en este momento rencor por alguien? Si es así, te invito a que te reconcilies; después de esta celebración ve donde esa persona, mándale un mensaje y dile: te perdono.
Como hijos de Dios, debemos mirar el ejemplo que nos deja Dios, que es nuestro padre y que a lo largo de nuestra historia ha sido siempre maestro de misericordia, de perdón y de reconciliación; así lo expresa el orante del salmo cuando dice: “Él perdona todas tus culpas y sana todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura”, es la experiencia del Pueblo de Israel, es la experiencia de cada uno de nosotros que nos hemos sentido perdonados y amados por Dios, aprendamos de Él a ser misericordiosos, hagamos el compromiso de luchar para que en nuestro mundo, en nuestra sociedad, lleguemos todos a reconciliarnos.
El evangelio, en esta oportunidad tomado del capítulo 18 de san Mateo, nos aclara mejor lo que hasta ahora hemos venido diciendo, es Jesús quien vino a este mundo a manifestarnos el rostro misericordioso del Padre, quien nos regala dos enseñanzas: La primera frente a una interrogante de Pedro que le dirá: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”. Vale recordar que en ese tiempo lo normal era perdonar no más de tres veces, llegada a la cuarta se debía ir a la vía legal; en este sentido, Pedro, pensando que Jesús el Maestro es exigente y va más allá de lo que prescribe la ley, da el número siete, sin embargo, nuevamente Jesús nos sorprende y responderá: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”, lo que Jesús le estaba diciendo a Pedro era: “siempre debemos perdonar”, siempre. Así como para Dios no hay medida para expresarnos su perdón, de la misma manera nuestro perdón debe ser sin límites.
Pero a veces nos dejamos llevar por nuestra lógica humana y no somos capaces de perdonar y nos olvidamos incluso aquello que rezamos cada día, en algún caso más de una vez. ¿Qué decimos en un parte del Padre Nuestro? Perdona nuestros pecados, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. ¿Llevamos a la práctica aquello que rezamos o lo decimos por decir, sin que aquello genere en nosotros un compromiso de perdonar? Con pena podemos escuchar decir: “no se lo perdonaré”, “debe pagar lo que me hizo”, “no se la perdono ni una”. Sin embargo, Jesús nos dice: perdona“setenta veces siete”, perdona siempre, toda la vida.
Y como si no hubiéramos entendido lo que Jesús nos dice en la primera parte del evangelio sobre el perdón; en una segunda parte nos relata una parábola, se habla de un rey, que es la figura de Dios capaz de perdonar, además, en el relato de la parábola se habla de dos deudores. Un deudor que pide al rey: “Dame un plazo y te pagaré todo”a lo que el rey accede, incluso dice el relato: “El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda”, pero lamentablemente este siervo que había sido perdonado no es capaz de perdonar a uno de sus hermanos una deuda que tenía; aparece así el segundo deudor, fíjense que la petición del segundo deudor es la misma:“Dame un plazo y te pagaré la deuda”, pero a diferencia del rey, el prestatario no se compadece y por el contrario “lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía”. Llama incluso la atención la forma que tiene de cobrar la deuda, “tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: págame lo que me debes”, ya es violento el modo de cobrar lo que se le debía; frente a esta actitud del siervo que recibió perdón y no es capaz de perdonar, Jesús utiliza un fuerte calificativo para referirse a la falta de misericordia, le dirá: “Miserable”.
Creo que con el relato de la parábola queda clara la importancia de aprender a perdonar, lógicamente esto nace de una autentica experiencia de perdón, cosa que el primer siervo, si bien recibe perdón del rey, no lo vive auténticamente, sino como una simple actitud que no le permite medir la inmensidad del perdón que recibe, por eso estamos llamados a experimentar en nuestra vida todo aquel amor que Dios nos tiene, capaz de perdonar nuestros pecados, sin poner ninguna condición; cuando experimentemos aquello, seremos capaces de también nosotros perdonar.
Hemos hablado hasta aquí de reconciliación, de perdón, esta experiencia debemos aprender a vivirla en diferentes niveles; a nivel personal, el saberse perdonar a uno mismo, dándose nuevas oportunidades frente a faltas y pecados que podríamos haber cometido; otro nivel es el comunitario, saber reconciliarse con la comunidad, con el hermano, tal vez este nivel sea el más difícil; y otro nivel es el reconciliarse con Dios, donde Él es que toma la iniciativa. Como dice el Papa Francisco, “es quién nos misericordia primero”; la pregunta sería ¿por qué reconciliarse? Porque donde no hay reconciliación, hay lejanía, no hay comunión, se rompe un vínculo que en cierto modo se hace necesario. En el caso de las personas, para ambos; y podemos decir en el caso de Dios se hace necesario para nosotros, necesitamos de su perdón porque sabemos que lejos de Dios nada podemos hacer.
Estos días hemos sido testigos de muchos hechos lamentables que han ocurrido en otros países y que también se han presentado en nuestro país, me refiero a los sucesos a causa del cambio climático, hemos escuchado el desastre que causo un terremoto en Marruecos, una inundación sin precedentes el Libia, y en nuestro país nos asecha un periodo de sequía, incluso, ya hay regiones que están enfrentado la escasez de agua. Creo que aquí no se trata de buscar culpables, sino de hacernos responsables de lo que hasta ahora hemos hecho con la naturaleza y lo que a futuro debemos hacer; cierto que hay responsables a diferentes niveles, así por ejemplo: nuestras autoridades están en la obligación de crear políticas de protección y cuidado del medio ambiente, protegiendo a los bosques frente a la deforestación indiscriminada, de controlar el uso de químicos que contaminan nuestros ríos, tal el caso del mercurio, pero también nosotros necesitamos repensar nuestra relación con el medio ambiente, debemos reconocerlo, no tenemos una buena relación con la Casa Común. Por eso, si hablamos de reconciliación y fraternidad, creo que es también tiempo de una reconciliación con la naturaleza, de vivir de manera más fraterna con lo que nos rodea, recodemos lo que nos decía el Papa Francisco: “Los efectos catastróficos del cambio climático nos hacen responsables ante Dios”. Tenemos una responsabilidad, ya que se nos encomendó su cuidado, pero los desastres climáticos que estamos viviendo nos indican lo irresponsables que hemos sido en nuestra relación con el medio ambiente; practiquemos la reconciliación con la naturaleza a través acciones concretas, siendo más responsables de lo que hacemos, por ejemplo: ¿Qué hacemos con la basura? ¿Dónde la botamos? Muchas veces por donde caminamos. Por otro lado, usemos racionalmente el agua, busquemos reciclar las cosas, no nos dejemos influenciar por la cultura del descarte, de este modo estaremos creando también fraternidad con la naturaleza.
Encomendémonos a nuestra Madre la Virgen María, ella que supo perdonar a los verdugos de su hijo Jesucristo, ella que experimentó en su vida la misericordia de Dios al entonar en el Magníficat: “su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”, que ella eduque nuestro corazón, para que experimentando el perdón de Dios, sepamos también reconciliarnos con los demás y con la naturaleza.
Fuente: Prensa CEB