«Sin sutilezas ni disimulos: nos dedicamos a intentar que la gente viva. Lo demás no nos importa. Así de claro. Chambeamos con una mezcla de satisfacción y pesar, acogotados por la gravedad de lo que está ocurriendo y con el dejo agridulce de cumplir con nuestro deber». El padre César Caro, desde Iquitos, expone su sentir personal y el de los misioneros y misioneras del Vicariato San José del Amazonas
Por: P. César Caro, vicario general de San José del Amazonas
El trabajo incesante de las últimas semanas es en cierto modo como el cumplimiento de un sueño infantil, un candoroso deseo de ayudar a los demás. Ser misionero significaba viajar a países lejanos dejando todo atrás para socorrer a los más pobres del mundo y remediar el hambre y la miseria. Noble ideal que al llegar se te desmonta y luego reaparece en versiones más realistas y atroces, como en esta pandemia.
Las huchas de las Misiones, con su metálico run run, acompañaban nuestras carreras por las calles de Mérida, preadolescentes de los Salesianos que invaden ascensores, tocan timbres y de paso gamberrean un poco por escaleras y rellanos. “Una peseta pal DOMUND”, pedíamos casi canturreando. Pero en vez de dar millones, los recogíamos tacita a tacita, titánica tarea para tan magnánimo fin.
Las pegatinas con los ‘negritos’ y los ‘indiecitos’ recordaban a los donantes que gracias a su generosidad se construirían escuelas y dispensarios, se harían pozos de agua potable, los más abandonados tendrían comida y medicinas, tal vez luz eléctrica. Saldrían del subdesarrollo y la indigencia gracias a esos paladines de la fe, los misioneros, que salían en las diapositivas de clase de Religión y a veces hasta venían a darnos una charla rodeados de tapices, arcos, plumas y misteriosas máscaras de madera. Yo quería ser uno de ellos.
Cuando llegué al Perú, un compañero me dijo: “Olvídate de proyectos de educación o salud, para eso tiene plata el Estado”. Vaya por Dios. Parecía que lo nuestro era la “evangelización explícita”, o sea los sacramentos y la misa ante todo. Luego, ya en la selva, se trataba más de acompañar y de apoyar en lo que se podía, porque en el Yavarí la pobreza es apremiante. Pero sin caer en paternalismos trasnochados, con discreción. Hasta que se desencadenó esta horrenda crisis.
Han traído una carga del aeropuerto. Son equipos de protección personal que vamos a hacer llegar a través de nuestros misioneros a unos 70 puestos rurales de salud del territorio vicarial. Bajamos las cajas, las abrimos, contamos lentes, paquetes de mascarillas y guantes, overoles, mandiles… y volvemos a armar cajas para los diferentes lugares. Sellar, colocar rótulos, precintar, mandar por lancha, ponguero o avioneta. Prosaicas y urgentes faenas que nos jalan todo nuestro tiempo.