Sin un conocimiento real de la encíclica Laudato Si’ será imposible comprender el Sínodo Amazónico y sus reales implicaciones, y, en el sentido opuesto, es necesario adentrarse en la experiencia sinodal sobre la Amazonía para reconocer una de las más importantes concreciones de esta Encíclica social sobre el cuidado de la casa común. Lo dicho por el Papa expresa que en la dupla encíclica-sínodo está una de las rutas actuales más contundentes para la Iglesia ante la crisis climática global.
Por Mauricio López Oropeza
El Papa Francisco se caracteriza por acompañar con gestos concretos sus intuiciones y orientaciones, así que el Sínodo amazónico que aparentemente estuvo enfocado en un territorio específico, fue, en realidad, una expresión paradigmática de lo que significó el llamado urgente e impostergable por el cuidado de toda la creación para todo creyente y para toda persona de buena voluntad, a partir de un territorio específico que habla de lo local y de lo global simultáneamente y de modo interconectado.
En materia de los cambios específicos que se están dando a nivel regional en toda América Latina, es clave resaltar cómo esos procesos de reforma están inspirados en los cuatro sueños que el Santo Padre propone en Querida Amazonía. Cuatro sueños que vienen del Pueblo de Dios, que reflejan la vida, la esperanza y sus dolores: sueño social, sueño cultural, sueño ecológico y sueño eclesial. También, este proceso territorial ha desencadenado muchos de los dinamismos pastorales que ahora se están construyendo en el CELAM, articulación a partir de redes, plataformas temáticas, y sobre todo iniciativas con una visión mucho más amplia y una visión ministerial con la huella y la trama directa de Querida Amazonía.
Creer, cuidar y transformar
El creyente del tiempo presente, para ser genuinamente seguidor de Cristo, debe asumir un compromiso real y creíble sobre el cuidado de la casa común en obras y palabras. Dios lo ha creado todo para que tengamos vida y vida en abundancia, y cuando se pone en riesgo nuestro planeta, su diversidad, y el propio futuro de la humanidad, el de los ecosistemas, de otros seres vivos y, sobre todo, el de los hermanos y hermanas más afectados por los efectos actuales de nuestro modelo de sociedad sobre su entorno y la continuidad de sus vidas. Es imposible no reconocer nuestra responsabilidad para actuar en coherencia con el llamado del evangelio de Jesús.
La fe en Cristo debe, necesariamente, estar asociada al cuidado de la vida y a garantizar la continuidad de esta en el planeta, siempre con una mirada prioritaria sobre los más vulnerables en clave de justicia socioambiental, y reconociendo a la tierra como verdadera hermana y madre. La tierra es origen y sustento de nuestra vida, y por tanto el sitio en donde acontece la Encarnación.
Dicho esto, la encíclica Laudato Si’ es, por tanto, uno de los documentos contemporáneos más importantes para la Iglesia, y para la sociedad entera. Sin embargo, corre el riesgo de reducirse a un texto que a pesar de su relevancia incomparable caiga en el olvido, se asocie exclusivamente con aquellos que ya tienen un compromiso o sensibilidad en este ámbito, o sea considerado de menor valor en nuestro magisterio incluso cuando hace parte del corpus de la Doctrina Social de la Iglesia.
No se puede ser miembro de la Iglesia católica hoy y no asumir la encíclica ‘Laudato si” como un referente vital sobre nuestra propia identidad y modo de estar en el mundo. A Cristo lo crucifican hoy cuando se mata la posibilidad de vida en nuestro planeta, y cuando asesinan a mujeres y hombres defensores de la naturaleza, de sus culturas y territorios por intereses materiales mezquinos asociados al deseo de acumulación de muy pocos.
Lo cierto es que cuando vemos los datos presentados por las más importantes instancias intergubernamentales, de los más reconocidos paneles multidisciplinarios de científicos sobre el tema ambiental, y viendo la compleja situación socioambiental de nuestro día con día, la cual sigue agravándose por nuestra inacción o por la debilidad de nuestra respuesta, no podemos sino asumir que hemos alcanzado y superado los límites de la razón tecnocrática ante la llegada “del tiempo del mundo finito”, como dice el sociólogo francés Serge Latouche.
Hay consenso prácticamente absoluto de parte de los más relevantes grupos de investigación sobre esto. Lo cierto es que, además de una respuesta desde los organismos internacionales y de los gobiernos sobre los mínimos no negociables, necesitamos de una perspectiva ético-moral global sobre el cuidado de la casa común ante la incapacidad de nuestra comunidad planetaria de reconocer los límites de nuestro modelo de sociedad de consumo.
Causas estructurales de la crisis ambiental
En ese sentido me gustaría tomar los “rasgos característicos de la cosmología social occidental” y los “rasgos característicos de la estructura social occidental” de Johan Galtung, para identificar, más allá de los diagnósticos, las causas estructurales de esta crisis ambiental asociada a una globalización sin límites y a una “cultura del descarte”:
- Una concepción occidental centrista y universalista del espacio.
- Una concepción lineal del tiempo, centrada en el presente.
- Una concepción analítica, más que holística de la epistemología.
- Una concepción de las relaciones humanas en términos de dominación.
- División del trabajo vertical y centralizada.
- Condicionamiento de la periferia por el centro.
- Marginación: división social entre el afuera y el adentro.
- Fragmentación: atomización de los individuos dentro de los grupos.
- Segmentación: división dentro de los individuos.
La opción de la Iglesia ante esta situación está expresada bella y contundentemente en la encíclica Laudato Si’, antes referida, y se puede comprender sobre todo con esta afirmación:
Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. (Laudato Si’. No. 11)
Fuente: CELAM