Como el Buen Samaritano, la Iglesia quiere poner en práctica su compromiso con la compasión y la justicia del Evangelio en la Amazonía. Está llamada a observar y comprender, para luego dialogar y a actuar. Esta es la razón por la que el Santo Padre Francisco ha convocado un Sínodo de los Obispos para la región panamazónica. Con la ayuda del Sínodo, será posible iniciar las acciones pastorales y ambientales en la Amazonía, y reafirmar el modo “de ser Iglesia” que tales acciones conllevan.
Esta preocupación por comprometerse se asume particularmente en el último capítulo del Instrumentum laboris (IL), que sintetiza los desafíos y las esperanzas de una Iglesia profética en la región amazónica. El horizonte en que nos movemos, sin el cual no puede haber vida y justicia, es el hecho de que “todo está conectado”, como lo ha explicado el Papa Francisco en la encíclica Laudato si’ (138). Lo social y lo natural, lo ambiental y lo pastoral no pueden y no deben separarse. Las compartimentaciones reductivas -intelectuales y espirituales, empresariales y políticas- han puesto en peligro la vida humana sobre la Tierra, casa común de la humanidad.
El próximo Sínodo está comprometido en ayudar a sanar las violaciones en una parte del mundo donde las consecuencias de los conceptos erróneos de nuestro tiempo y las prácticas dañinas de nuestros estilos de vida son particularmente graves. Ha llegado el momento en que la Iglesia afronte este problema. Por eso, en el tema del Sínodo, encontramos las palabras “Nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”, y el título del último capítulo del IL es “El rol profético de la Iglesia y la promoción humana integral”. Ambos hablan de dimensiones o dinámicas que deben ir juntas en la misión de la Iglesia: su ministerio pastoral no va separado de la promoción humana y de la ecología integral.
Como la encíclica Laudato si’, con su exhaustiva exposición histórica, científica, económica y pastoral, también el IL ofrece un largo análisis de las condiciones de la Amazonía. En palabras del propio Papa Francisco: “La Amazonía es una tierra disputada en varios frentes: […] el neoextractivismo y la fuerte presión de los grandes intereses económicos que apuntan su avidez sobre petróleo, gas, madera, oro, monocultivos agroindustriales.”[1] Agrega el IL: “La destrucción múltiple de la vida humana y ambiental, las enfermedades y contaminación de ríos y tierras, la tala y quema de árboles, la pérdida masiva de la biodiversidad, la desaparición de especies (más de un millón de los ocho millones de animales y vegetales a riesgo), constituyen una cruda realidad que nos interpela a todos. Cunde la violencia, el caos y la corrupción. El territorio se ha convertido en un espacio de desencuentros y exterminio de pueblos, culturas y generaciones” (IL 23).
La situación de la Amazonía tiene diversas causas. Hay responsabilidades locales y multinacionales que apoyan y fomentan la inversión extractiva pública o privada a costa de impactos devastadores sobre el medio ambiente amazónico y sus habitantes. Sin embargo, un punto de partida fundamental es el hecho de que los pueblos indígenas ven amenazados sus territorios por intereses que los explotan, y a menudo se les niega el derecho a su propia tierra.
Esto constituye una violación del derecho y los convenios internacionales. “La Declaración de Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (aprobada el 13 de septiembre de 2007), a la que el Papa ha hecho referencia en diversas ocasiones, contiene derechos tan importantes como el derecho a la libre determinación, en virtud del cual los pueblos indígenas determinan su condición política y persiguen libremente su desarrollo económico, social y cultural (art. 3.). En el ejercicio de su libre determinación, los pueblos indígenas tienen derecho a la autonomía en las cuestiones relacionadas con sus asuntos internos y locales (art. 4). Y el art. 6 del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sobre los Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes del año 1989, reconoce su derecho a no verse alcanzados por medidas legislativas o administrativas que puedan afectarlos directamente sin que antes se los haya consultado «de buena fe y de una manera apropiada a las circunstancias» para lograr su consentimiento previo, libre e informado”.[2]
En realidad, es precisamente la desigualdad de las fuerzas y, en muchos casos, la flagrante falta de respeto por los derechos constitucionales, así como la imposición de un llamado modelo de desarrollo, lo que sigue causando grandes trastornos sociales, vulnerabilidad, degradación de las relaciones, migración, desempleo, violencia y hambre en muchas comunidades indígenas. La falta de reconocimiento, demarcación y titulación de los territorios (condición sine qua non para la seguridad, la estabilidad de las comunidades y la supervivencia cultural) ha dado lugar a un alarmante número de muertes a causa de nuevas enfermedades o de naturaleza violenta. “Hoy en día, cuestionar el poder en la defensa del territorio y de los derechos humanos es arriesgar la vida, abriendo un camino de cruz y martirio” (IL 145).
El IL da el ejemplo de los 1119 indígenas asesinados entre 2003 y 2017 sólo en Brasil, utilizando la amplia caracterización “por defender sus territorios”,[3] Hay que reconocer que en muchos casos estos asesinatos son atribuidos a la embriaguez, violencia intrafamiliar o disputas internas. En general, de todos modos, pueden considerarse consecuencia de causas ambientales, sociales, estructurales y de problemas derivados de la falta de demarcación de territorios y de la invasión de los mismos por parte de poderosos y violentos intereses externos.
La Iglesia en su rol pastoral trabaja a favor de las víctimas, y en su rol profético se opone a los abusos. Ella está llamada a ser “partidaria de la justicia y defensora de los pobres”. Lo ha recordado el Papa Benedicto XVI a la Conferencia de Aparecida en su discurso inaugural (n.395). La presencia de la Iglesia es, en realidad, “un prisma desde el cual se puede identificar los puntos frágiles de la respuesta de nuestros Estados y de las sociedades como tales ante situaciones urgentes y sobre las cuales, independientemente de la Iglesia, hay deudas concretas e históricas que no podemos eludir”.[4] Al mismo tiempo, la Iglesia ve “con conciencia crítica”, como con cada pueblo entre los que evangeliza, “una serie de conductas y realidades de los pueblos indígenas que van contra el Evangelio” (IL 144).
Los Sumos Pontífices, comenzando por el Papa León XIII a finales del siglo XIX, el Concilio Vaticano II y la Doctrina Social de la Iglesia ofrecen claras directrices al respecto. En respuesta a un modelo dominante de sociedad que produce exclusión y desigualdad, y un modelo económico que mata a los más vulnerables y destruye la casa común, la misión de la Iglesia incluye un compromiso profético con la justicia, la paz, la dignidad de todos los seres humanos sin distinción, y con la integridad de la creación.
Como afirmó con gran claridad el Papa Francisco, “Creo que el problema principal está en cómo conciliar el derecho al desarrollo incluyendo también el derecho de tipo social y cultural, con la protección de las características propias de los indígenas y de sus territorios. […] En este sentido, siempre debe prevalecer el derecho al consentimiento previo e informado».[5] También en Puerto Maldonado afirmó, “Considero imprescindible realizar esfuerzos para generar espacios institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones, derechos y espiritualidad que les son propias”.[6]
En la Amazonía, el “buen vivir” de los pueblos indígenas depende principalmente de la demarcación de los territorios indígenas y de su escrupuloso respeto. “La política – ha dicho San Juan Pablo II – es el uso del poder legítimo para la consecución del bien común de la sociedad”.[7] La tarea fundamental de la política es asegurar un orden social justo, y la Iglesia no “puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia” (Deus caritas est, 28; EG 183). Así, la Iglesia acompaña las poblaciones indígenas en el cuidado de su territorio.
Con todas estas grandes dificultades y dinámicas, amenazas y promesas que están presentes en nuestras mentes y también en nuestras oraciones, recordemos las palabras del Papa Francisco que sirven para abrir este último capítulo del IL, “Desde el corazón del evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana, que necesariamente debe expresarse y desarrollarse en toda acción evangelizadora” (EG 178).
Michael Czerny S.J.
Subsecretario, Sección de Migrantes y Refugiados
Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral
Secretario Especial del Sínodo Amazónico
[1] Papa Francisco, Discurso – Encuentro con los Pueblos de la Amazonia, Puerto Maldonado (Perú), 19 de enero de 2018.
[2] Pedro Barreto S.J., “Sínodo de la Amazonía y derechos humanos: Pueblos, comunidades y Estados en diálogo,” Civiltà Cattolica, 20 luglio 2019.
[3] Cfr. Conselho Indigenista Missionário, CNBB, Brasil, “Relatório de violência contra os Povos Indígenas no Brasil – Dados de 2017”, pp. 84ss. Cfr. também apresentação deste Relatório: Dom Roque Paloschi, “Na ausência da Justiça, a violência cotidiana devasta as vidas dentro e fora das terras indígenas”, Brasília, 2018, p. 9.
[4] Pedro Barreto S.J., art. cit.
[5] Papa Francisco, Discurso a los participantes en el III Foro de los Pueblos Indígenas convocado por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), 15 de febrero de 2017.
[6] Papa Francisco, Discurso – Encuentro con los Pueblos de la Amazonia Discorso, Puerto Maldonado (Perú), 19 de enero de 2018.
[7] Juan Pablo II, Discurso en el “Jubileo de los Gobernantes, Parlamentarios y Políticos”, 4 de noviembre de 2000, § 2.