Hoy miércoles 22 de abril de 2020 celebramos un día importante, aunque sea desconocido para muchos: un día dedicado en el mundo a la madre tierra. Muchos de nosotros no lo sabíamos, y este día ya se está celebrando en el mundo desde hace 50 años.
El año pasado, 2019, celebramos otro aniversario importante, otra boda de oro: los 50 años del aterrizaje humano en la luna.
De la luna ya sabemos mucho. De la tierra también. Se hacen muchos estudios, muchas investigaciones. Se dicen cosas, pero nos cuesta trabajo tomar cartas en el asunto y respetar la madre tierra.
Ahora nos parece estar castigados en casa por lo del coronavirus. Pero quiero sacar una lección fuerte en esta etapa nueva de nuestra vida, que nace propio de la experiencia del coronavirus:
Respiramos aire puro, limpio, no contaminado. ¡Como salen bien las fotos del planeta desde el aire cuando no hay contaminación!
Nos damos cuenta que una simple tos lanza al aire más de cien mil gotitas que quedan suspendidas por mucho tiempo y pueden provocar el contagio. Por eso ahora se nos pide estar en casa y usar mascarilla. El cuidado de la salud, la mía y la de todos los demás, es demasiado importante para olvidarlo.
Durante la cuarentena podemos detenernos a reflexionar sobre la belleza del planeta que habitamos y sobre nuestra responsabilidad de cómo lo tratamos.
Durante esta emergencia del coronavirus a nuestra Amazonía se le cayó encima, además del contagio, también el derrame de 4000 barriles de petróleo en el río Coca y el río Napo. Otro motivo de sufrimiento para cientos de comunidades indígenas amazónicas.
Y no pensemos solo al aire que respiramos, sino también al agua, el vital líquido tan indispensable para nuestra sobrevivencia. Antes nos parecía todo tan natural, hasta que en un momento el agua llega a faltar. La comenzamos a valorar solo cuando no la tenemos: o porque se cierran las tuberías, o porque no llega a la casa. En estos días pensé mucho en las poblaciones afectadas por el derrame del petróleo, que antes se alimentaban del agua del río y cuando al río llegó el petróleo murieron los peces y la gente ya no pudo sacar agua del río.
En este día en que el mundo piensa en la madre tierra tenemos que tomar decisiones serias. Ya vimos qué tan frágil es nuestro planeta, tan explotado, tan afectado. Todos quieren sacar oro y cobre, sacar petróleo, talar más árboles. Quemamos petróleo y gasolina y no paran los carros. ¿Cuándo llegará el momento que entendemos que hay que respetar la madre tierra?
Tampoco sabemos agradecer. Mientras que la naturaleza siempre es generosa, siempre nos alimenta y nos cuida. Somos nosotros que no la cuidamos. No sabemos apreciar el jardín amazónico que nos rodea. La tierra, la naturaleza es algo especial, y merece un trato especial.
Hay mil millones de personas en el mundo que tienen problemas de sobrepeso, y hay 700 mil millones que sufren desnutrición. ¡Qué cosa tan rara! ¡Qué paradoja! ¡Qué injusticia!
Y nosotros, los seres humanos, siempre más ávidos. Queremos más, y nunca nos quedamos satisfechos. Esta tiene que ser la lección que nos deja este día de la madre tierra. Respeto de la naturaleza, ella nos cuida, nos cobija, nunca nos hace faltar nada.
Los indígenas lamentan que en el bosque ya no hay carne de monte, ya no hay cacería, y en el río ya no hay peces. Es la madre tierra que estamos destruyendo, la estamos destrozando.
Me acuerdo el día 11 de julio de 1969, hace 50 años, una noche histórica, memorable, cuando el hombre llegó y aterrizó en la luna.
La televisión pasaba en blanco y negro las imágenes de este triunfo de la tecnología y el avance de la ciencia.
Miles y miles de kilómetros lejos de nosotros y seres humanos como nosotros que pisaban el suelo lunar. Parecía ciencia-ficción. Nosotros, todavía jovencitos, mirando estas imágenes únicas y extraordinarias, parecía que todo el mundo estaba pegado a la tele y por largo tiempo, no nos daba sueño, estábamos emocionados, no teníamos palabras para comentar.
Ya pasaron 50 años de esa noche y los avances de la tecnología y también de la medicina siguen haciendo milagros y nos dejan asombrados. Pero basta un virus invisible y nos bloquea a todos, al mundo entero y nos deja impotentes: se cierran las iglesias y las escuelas para evitar el contagio, no se puede salir a trabajar, tiendas y centros cerrados, no hay transporte, se necesita salvaconducto, toque de queda, quédate en casa, lávate las manos, usa el gel, siempre con mascarilla, terapia intensiva, ya los muertos no alcanzan a contarlos, se les entierra en fosas comunes, no los podemos despedir. Es todo un lenguaje nuevo y diferente al que no estábamos acostumbrados. Son hábitos nuevos que vamos a adquirir.
Y pienso: no hay otra tierra donde podamos vivir. Esta es nuestra tierra. Pero nos sentimos perdidos, no pensábamos que el daño que le habíamos hecho a la madre tierra era de un tamaño tan grande. No habíamos imaginado las consecuencias de nuestro actuar irresponsable.
En esta aeronave del mundo donde viajamos, ya no somos solo pasajeros, sino también pilotos. ¿Adónde queremos ir? ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Con quién queremos viajar? Hoy el mundo está habitado por más de 7 mil millones de personas. ¿Habrá pan para todos? ¿Habrá comida para todos? ¿Habrá trabajo para todos?
La respuesta es sí. Pero hay que distribuir bien y saber compartir. Ahora sí que cambian las condiciones. Tiene que cambiar el mundo.
Tenemos que cambiar mentalidad los humanos. Dios en su generosidad siempre abunda. Pero el ser humano, siempre egoísta, quiere más y no se conforma con lo que tiene. Eso es lo que hay que cambiar.
Hay que cambiar nuestro estilo de vida, ya no tan estresado, sino más sencillo, más humano, más atento, que no seamos de los que lo quieren todo y rápido, que sepamos compartir, que seamos generosos y sinceros, que nos preocupemos de nuestros semejantes, que son nuestros compañeros de camino, no rivales.
Egoísmo, avidez, siempre más, insaciables. Hemos hecho a un lado a los demás. Nos estábamos casi acostumbrando a no escuchar, a no hacer caso, a no tomar en cuenta al otro. A vivir aislados y despreocupados de los demás. Y ahora la vida nos pasa factura. Y esta pandemia, esta emergencia nos sacude bastante.
Pero me quedo pensando. Tampoco la crisis del coronavirus paró la producción de armas. Es que ahí, vendiendo armas, se gana mucho dinero. Las empresas que producen armas han continuado a trabajar descaradamente. ¿Cómo es posible ganar dinero produciendo armas? Instrumento de muerte.
Tampoco han parado los que venden drogas. Este comercio produce mucho dinero. Ni el coronavirus los para.
¿No será que tenemos que hacer un alto en nuestras vidas y preguntarnos más veces: ¿por qué? ¿por qué sucede esto? ¿por qué permitimos esto?
El respeto del ambiente sí es posible.
El respeto de la madre tierra sí es necesario y urgente.
El respeto de la casa común es indispensable.
El respeto de las reglas de nuestra vida es fundamental.
Y entonces vamos otra vez a ubicarnos en nuestra escala de valores.
No siempre el comportamiento de las autoridades nos satisface. Porque todavía no se arregla el problema de la corrupción, del soborno, del lucro y de la mentira. Todavía se permiten la injusticia y el crimen. ¡Cuántas historias de sufrimiento y de crueldad conserva nuestra selva!
No nos parece suficiente lo que están haciendo nuestras autoridades para cuidar de la madre tierra. Se llenan la boca de palabras bonitas, de muchas promesas, y no cumplen. Muchos discursos, pero sigue habiendo muchos negocios chuecos. Es que, explotando a la naturaleza, se saca mucho dinero. Ya no queremos vivir en estos ambientes contaminados, donde faltan los valores.
Hay que saber pedir perdón a Dios que creó a nuestra madre tierra, y a la naturaleza, a la que ya no pedimos permiso y seguimos haciendo lo que nos da la gana. Pedimos perdón por cada desastre ecológico del que somos testigos y víctimas. No es sano que nos habituemos al mal. Que este día en que recordamos a nuestra madre tierra nos ayude a reforzar nuestro compromiso de cuidarla, no de explotarla. Es nuestro cambio de perspectiva, es nuestro cambio de actitud.
El papa Francisco en el mes de octubre de 2019 convocó a Roma a todos los obispos de la Amazonía, cuyo territorio toca a 9 países de América Latina. También invitó a 50 líderes indígenas, mujeres y hombres nativos de estas tierras amazónicas. También Napo estaba representado en el Sínodo de la Amazonía. Y los que fuimos a Roma hicimos la promesa solemne de cuidar a nuestra madre tierra, de cuidar el aire, de cuidar el agua, de cuidar la vida.
A nuestra madre tierra le debemos todo nuestro cariño y nuestro amor, la sentimos cerca porque nos cuida y nos protege, nos alimenta y nos sustenta, la admiramos como un misterio sagrado, porque protege nuestras culturas y nuestras vidas. Más me duele pensar que, como a la madre tierra se le hizo menos, también a las poblaciones y a los pueblos originarios se les hizo a un lado. Es el momento, ahora, de reclamar los derechos de todos para una dignidad humana, todavía amenazada, por una educación suficiente y una salud estable para nuestros pueblos amazónicos, todavía pisoteados.
Como obispo, quise compartir con ustedes estas reflexiones. Es que en este momento me siento como representante de tantos misioneros y misioneras que dejaron sus familias y sus tierras y han venido a Napo para llevar el evangelio de Jesús, con su palabra salvadora y liberadora y con su escudo para proteger el paraíso de nuestra Amazonía y a sus pueblos nativos.
Y con gusto, hermanas y hermanos, en fraternidad, a todas y a todos los acompaño con mi bendición.
En el nombre del Padre + y del Hijo + y del Espíritu Santo. Amén.
Cuidemos la madre tierra, el aire, el agua, la vida.
Por Mons. Adelio Pasqualotto.
Fuente: Caritas Ecuador