Por Jonathan Hurtado
Julio Requena es sacerdote de la Parroquia Nuestra Señora de Villa Rica, en la región Pasco, en la selva central del Perú. Lleva año y medio en la zona, donde viven comunidades nativas yaneshas, comunidades andinas y también austroalemanes.
Esta zona, explica el religioso, forma parte de la jurisdicción eclesial del Vicariato Apostólico de San Ramón. En la siguiente entrevista, Requena, quechuahablante originario de la región Huancavelica, cuenta su experiencia de trabajo en la Amazonía.
La breve charla tuvo lugar en setiembre, en el marco de la primera asamblea territorial que se desarrolló en el país con motivo del Sínodo de la Amazonía que se realizará el 2019 en Roma. Participaron en aquel encuentro miembros de la Iglesia y de pueblos indígenas de regiones como Madre de Dios, Ucayali y Junín.
-¿Qué destaca de lo trabajado en los grupos?, ¿qué iglesia es la que se quiere construir ahora?
Ha sido muy interesante escuchar a los representantes de la Amazonía, escuchar sus dolores, escuchar el éxodo de los jóvenes, por ejemplo. Y hemos concluido que necesitamos una iglesia que acompañe los distintos procesos de estas comunidades, una iglesia de muchos colores, de mucha alegría, de mucha presencia; que sea evangelizadora no solo en la liturgia sino también en todos esos momentos en que el hombre amazónico busca sentirse respetado, oído, dignificado como persona. Vimos también que necesitamos una iglesia que sea atrayente para los demás y sobre todo para los hermanos de los pueblos amazónicos.
-En el trabajo que ha realizado hasta ahora, principalmente con el pueblo Yanesha, ¿qué es lo que más le ha marcado de la realidad de este pueblo?
Hay comunidades yaneshas que han olvidado su lengua, su cultura, sus rastros… esto debido a muchos factores. Y eso un poco que me llena de tristeza; pero veo también con alegría que los ancianos ahora están logrando mantener un ritmo de ayuda a los niños y a los jóvenes que no quieren hablar su lengua, les enseñan a hablar. Les dicen que sí se puede hablar el idioma, que no hay que tener vergüenza, que no hay que tener miedo; y sobre todo (les enseñan) a no sentirse excluidos dentro de una sociedad muy englobante en una habla hispana.
-Se ha planteado el tema de que la Iglesia se deje impactar por la Amazonía y sus pueblos y culturas. ¿Como piensa usted que esto se podría lograr?
Primero, esa unidad que tiene el hombre amazónico con su contexto medioambiental es una unidad tal que yo he visto ancianitos llorar cuando se tala un árbol o cuando se queman bosques. He visto a ancianos que se llenan de tristeza porque el terreno que muchas veces traía a su hábitat a animales y aves, desaparece. Y veo que esa sensibilidad (del hombre amazónico) la debe de manifestar también la Iglesia de la Amazonía, esa sensibilidad hacia el medio ambiente. Un pilar sería eso: apuntalar que la Iglesia también es sensible a esas realidades, porque no solo se quema el medio ambiente, no solo se tala, sino se tala las costumbres de esas personas y hay muchas comunidades nativas que, como ya no tienen el recurso de vida, tienen que adentrarse un poco más a la selva y dejar sus costumbres. La Iglesia debe de acoger ese sentido, que ya lo está haciendo, de sentirse uno con su creación, que acepte los múltiples colores que tiene esta iglesia de la Amazonía, ese rostro amazónico que pide el Papa.
-¿Qué otro valor sumaría?
Otra cosa que puede hacer (la Iglesia) es (valorar) la sencillez del hermano originario que es una sencillez única. Primero te abren la casa, te abren el hogar, te abren a un panorama distinto de ver las cosas. No lo miramos con esta mentalidad de la ciudad, (de gente) ocupada, siempre corriendo de aquí para allá. El hombre amazónico es una persona que se sienta a escucharte y a contarte; la Iglesia, creo yo, debe apuntalar eso: a sentarse con los hermanos a escuchar, a conversar; pareciera que se perdería tiempo, y no: se gana hermanos.
-De lo tratado hasta ahora, ¿con qué enseñanza, idea o lección se queda?
En este encuentro he escuchado varias veces que nuestros hermanos originarios son vulnerados en sus derechos, y he escuchado, en otros lugares, ya no en este encuentro, cómo denigran su cultura y formas de vida; pero siento que no les comprendemos aún en su totalidad. Yo me llevo eso: que necesito estar más atento a esas realidades que ellos manifiestan, a ese tipo de vida que tienen. Escuchar ayer a la hermana asháninka en su idioma, mostrar su indignación y después su esperanza con la Iglesia. Yo me llevo eso, ese rostro de que la Amazonía, nuestros pueblos originarios, aún tienen confianza en nuestra iglesia, en una iglesia que está cerca, y sobre todo en esta Iglesia que no se cree perfecta porque lo sabe todo, sino al contrario, se cree cercana porque quiere aprender de estas comunidades. Eso es lo que me llevo de este encuentro: necesidad de acercarnos más al otro, de sentarse, de “perder el tiempo”, y, sobre todo, de ganar hermanos.