Nairobi, Kenya, 26-11-2015 (REPAM).- En la sede de la ONU el papa Francisco abogó para que: que el encuentro de París «lleve a concluir un acuerdo global y ‘transformador’» para «el alivio del impacto del cambio climático, la lucha contra la pobreza y el respeto de la dignidad humana».
Con un discurso lleno de referencias a la encíclica «Laudado si’» y a la situación africana, Francisco anticipó en cierta manera la apertura de la COP21, el encuentro en París sobre el cambio climático que será inaugurado este fin de semana. El Papa pidió que no prevalezcan los «intereses privados» sobre el bien común. Una eventualidad que, según Francisco, podría ser catastrófica. Y también expresó preocupación por las consecuencias negativas de ciertos acuerdos comerciales internacionales, especialmente en relación con el acceso a fármacos y medicinas por parte de los países pobres, poniendo el dedo en la llaga de los «tráficos ilícitos» de diamantes, materias primas, oro, marfil…, que alimentan la «inestabilidad política, el crimen organizado y el terrorismo».
El Papa animó «la tarea de organismos internacionales y de organizaciones de la sociedad civil que sensibilizan a las poblaciones y cooperan críticamente, también utilizando legítimos mecanismos de presión, para que cada gobierno cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el ambiente y los recursos naturales de su país, sin venderse a intereses espurios locales o internacionales».
Después recordó la inminente cita de la COP21: «Dentro de pocos días comenzará en París un importante encuentro sobre el cambio climático, donde la comunidad internacional como tal, se enfrentará de nuevo a esta problemática. Sería triste y me atrevo a decir, hasta catastrófico, que los intereses particulares prevalezcan sobre el bien común y lleven a manipular la información para proteger sus proyectos».
Francisco insistió en que «el abuso y la destrucción del ambiente, al mismo tiempo, va acompañado por un imparable proceso de exclusión», y dijo que la COP21 «es un paso importante en el proceso de desarrollo de un nuevo sistema energético, que dependa al mínimo de los combustibles fósiles, busque la eficiencia energética y se estructure con el uso de energía con bajo o nulo contenido de carbono. Estamos ante el gran compromiso político y económico de replantear y corregir las disfunciones y distorsiones del actual modelo de desarrollo». El acuerdo de París puede dar una «señal clara en esta dirección», siempre y cuando se evite «toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias».
Y no son suficientes las palabras ni las declaraciones de principios. Se requieren instituciones «que sean verdaderamente eficaces». Por ello, Francisco espera que la COP21 «lleve a concluir un acuerdo global y «transformador» basado en los principios de solidaridad, justicia, equidad y participación, y orientando a la consecución de tres objetivos, a la vez complejos e interdependientes: el alivio del impacto del cambio climático, la lucha contra la pobreza y el respeto de la dignidad humana». Hay que «poner la economía y la política al servicio de los pueblos donde el ser humano, en armonía con la naturaleza, estructura todo el sistema de producción y distribución».
Para que este cambio de dirección sea realidad se necesitan instrucción y formación: «nada será posible si las soluciones políticas y técnicas no van acompañadas de un proceso de educación que promueva nuevos estilos de vida. Un nuevo estilo cultural. Esto exige una formación destinada a fomentar en niños y niñas, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, la asunción de una cultura del cuidado; cuidado de sí, cuidado del otro, cuidado del ambiente; en lugar de la cultura de la degradación y del descarte. Descarte de sí, del otro, del ambiente».
Francisco citó las «formas extremas y escandalosas de “descarte” y de exclusión social, como son las nuevas formas de esclavitud, el tráfico de personas, el trabajo forzado, la prostitución, el tráfico de órganos»; así como se refirió a «los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental». Habló también sobre los veloces procesos de urbanización y de las ciudades que se han vuelto invivibles, con el consecuente incremento de la violencia y del uso de drogas. Recordó también que dentro de pocos días se llevará a cabo en Nairobi la 10a Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio.
«Aun reconociendo lo mucho que se ha trabajado en esta materia —explicó Francisco—, parece que no se ha llegado todavía a un sistema comercial internacional equitativo y totalmente al servicio de la lucha contra la pobreza y la exclusión». En particular, el Papa se sumó «a las preocupaciones tantas realidades comprometidas en la cooperación al desarrollo y en la asistencia sanitaria», debido a los acuerdos sobre las patentes y el acceso a fármacos, medicinas y asistencia de base en los países más pobres.
«Los Tratados de libre comercio regionales sobre la protección de la propiedad intelectual —continuó el Pontífice—, en particular en materia farmacéutica y de biotecnología, no sólo no deben limitar las facultades ya otorgadas a los Estados por los acuerdos multilaterales, sino que, al contrario, deberían ser un instrumento para asegurar un mínimo de atención sanitaria y de acceso a los remedios básicos para todos». Y los padres más pobres deberían contar con el tiempo, la elasticidad y las excepciones necesarias para «una adecuación ordenada y no traumática a las normas comerciales. La interdependencia y la integración de las economías no debe suponer el más mínimo detrimento de los sistemas de salud y de protección social existentes». «Algunos temas sanitarios —recordó Bergoglio—, como la eliminación de la malaria y la tuberculosis, la cura de las llamadas enfermedades ‘huérfanas’ y los sectores de la medicina tropical desatendidos, reclaman una atención política primaria, por encima de cualquier otro interés comercial o político».
Para concluir, Francisco citó los «tráficos ilegales que crecen en un ambiente de pobreza y que, a su vez alimentan la pobreza y la exclusión. El comercio ilegal de diamantes y piedras preciosas, de metales raros o de alto valor estratégico, de maderas y material biológico, y de productos animales, como el caso del tráfico de marfil y la consecuente matanza de elefantes, alimenta la inestabilidad política, el crimen organizado y el terrorismo». Situaciones que, desgraciadamente, son una experiencia cotidiana en muchos países africanos.
Fuente: Vatican Insider