Por María Rosa Lorbés
El 23 de febrero, la fotografía de un menor del pueblo originario Achuar, envuelto en petróleo, ha vuelto a surgir, como una pesadilla recurrente. El niño cayó a las aguas contaminadas por petróleo del río Macusari en el ámbito del Lote 192, en la región Loreto (http://www.caaap.org.pe/website/)
Noticias como esta no suelen llegar a la opinión pública. No figuran en los titulares de los diarios ni en los programas televisivos de mayor rating. Este es el silencio que asusta, porque mata, como alertó el Papa Francisco en Puerto Maldonado. En esa descripción descarnada y amorosa con lo que se refirió a diversos problemas de nuestra realidad, Francisco afirmó: “Sabemos del sufrimiento que algunos de ustedes padecen por los derrames de hidrocarburos que amenazan seriamente la vida de sus familias y contaminan su medio natural”.
Pero tal parece que el Estado, dueño y responsable del mantenimiento del oleoducto a través de una empresa estatal, Petroperú, ignora esos sufrimientos y cuando ocurren estos derrames, más de 30 desde el 2011, se limita a llevar un poco de líquido a los afectados y recomendarles que no consuman las aguas contaminadas. A las 48 horas se regresan a sus oficinas, dejando la población librada a su suerte. Ni indemnización, ni remediación, ni medidas preventivas para que un nuevo derrame no se produzca.
Los pobladores amazónicos viven de los peces que les brindan sus ríos y lagunas y de los animales del bosque, así como de los frutos de algunos árboles. Cuando llega un derrame los peces desaparecen, los animales también y el suelo, cubierto de ese líquido negro y viscoso, hace imposible intentar algún tipo de cultivo. Al hambre y la desnutrición se suman las bacterias y los insectos que prosperan en ese entorno mortal y envenenado.
El Estado no actúa y si lo hace, siempre llega escasamente y a última hora. Nos toca a todos los ciudadanos de sierra, costa y selva esforzarnos por conocer mejor esta realidad de nuestro país, contribuir a difundirla y levantar la voz exigiendo que el Estado haga justicia. Para no ser parte de ese silencio que mata.
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Publicado en la versión digital e impresa de La República.