Golpes en la cruz que siguen resonando

El sábado 19 de octubre, en la mañana,  frente al castillo de “Sant’Angelo”, comenzó el viacrucis de la Amazonia. El sol se filtraba por los árboles que rodean el castillo, los participantes organizaron un círculo, en el centro colocaron símbolos que identifican la Amazonía, que la hacen presente y le dan una idea a quienes no la conocen de su realidad: canoas, remos, redes para pescar, mapas, fotos de mártires; pinturas con imágenes de la selva, de indígenas, de ríos, de destrucción y de muerte, de sueños y esperanzas, de la encarnación de la fe en su grande y biodiversa realidad y la imagen tallada en madera de una mujer embarazada que representa a madre tierra, a la fértil, inmensa y exuberante vida de la Amazonía. Entre todos los signos, sobresalía la cruz que presidiría el viacrucis.

Una grande y rica diversidad se entremezcló: pueblos originarios de la Amazonía, de Norteamérica y otras partes del mundo; personas de América Latina, Europa, Asía, África y Norteamérica; Cristianos católicos, evangélicos, ateos; laicos, laicas, obispos, religiosas, religiosos, sacerdotes; múltiples lenguas: indígenas, europeas, latinoamericanas, africanas, asiáticas y  norteamericanas, que a veces dificultaron la “comunicación” pero que recordaron la diversidad de los pueblos que conforman la familia humana  que habitan está Casa Común, en la que todo está interrelacionado.

El silencio y la oración hicieron presente la realidad de la Amazonía. Un canto dio el paso al saludo inicial y la motivación para recorrer el camino de la cruz, el viacrucis; un ritual preparó las y los participantes para el camino; y se anunció la Primera estación: “Jesús es condenado a muerte”, y como en todas las estaciones se proclamó: “Te adoramos, ¡oh Cristo! Y te bendecimos” y la respuesta unánime fue: “Que por tu santa Cruz redimiste el mundo”. A continuación se cantó solemnemente, un estribillo que concluía: “Quien muere por su gente como Jesús,  se convierte en semilla que produce liberación” y se repitió 15 veces. La condena a muerte de Jesús se actualizó con una postal con la foto del fuego de la antorcha que quema el gas residual de un pozo petrolero en medio de árboles y con título de: “Una humanidad rota y condenada a muerte”. Y un texto que decía: “Siento miedo, rabia, dolor pero en mi corazón persiste la esperanza de que vamos a resistir y debemos rebelarnos al poder que nos está matando”. Después de la cita del Intrumentum Laboris 18, que decía: las “Amenazas y agresiones a la vida generan clamores tanto de los pueblos como de la tierra”, se leyó el Evangelio de Juan 19,4-6, pasaje en el cual Pilatos entrega a Jesús para que sea crucificado. Antes de la presentación de algunas características de la vida de la Hermana mártir Cleusa, asesinada en abril del 1985, unas personas clavaron en la cruz la postal de la primera estación: “una humanidad rota y condenada a muerte”.

Los golpes del martillo clavando los clavos en la cruz, resonaron en el silencio de la mañana, rompieron el silencio de la ceremonia y se volvieron ceremonia profunda porque se repitieron 15 veces en las 15 estaciones del camino de la cruz.  Resonaron por los muros y la historia del Castillo de San Ángel, por las orillas, el caudal y el fondo del rio Tiber, por las edificaciones situadas al lado y lado de la vía de la Conciliación: embajada de diversos países, oficinas de la curia vaticana, ventas de imagen y reliquias, cafés y heladerías, templos y colegios, conventos y casas de vecinos. Resonaron en las columnas y los olivos que están a lado y lado de la vía que lleva hacia la plaza de San Pedro. Y resonaron en plaza de San Pedro y todas las columnas que la enmarcan. Y resonaron y conmovieron a las imágenes de la Virgen y apóstoles,  de santos y de papas y su eco profundo llegó a la basílica de San Pedro, penetró por las puertas, llegó a los altares, se incrustó  en las columnas que la sostienen y llegó cúpula y bajó a los mausoleos. Los golpes del martillo clavando en la cruz, de nuevo a Jesús, envolvieron todo el Vaticano y fueron a las catacumbas y se confundieron  con el sonido de los golpes clavando en las cruces a todos los crucificados por el imperio romano.

El sonido de los golpes clavando en las cruces a todos los crucificados por todos los imperios de la historia se unieron al sonido de los golpes del “martillo” con el cual el soldado romano clavaba en el madero de la cruz a Jesús de Nazaret, comprimiendo la condena impuesta por el poder religioso, social, político e imperial de su tiempo.

En el sonido de los golpes clavando en la cruz a Jesús de Nazaret, resuenan los golpes de los martillos clavando en la cruz a los pueblos indígenas de la Amazonía y del mundo, a los empobrecidos del campo y la ciudad, a los marginados por su raza, color de su piel o por su sexo, a quienes reclaman sus derechos y a quienes se solidarizan con ellos. El sonido de los golpes con los cuales se destruye la Casa Común, el agua y el aire, el suelo y el subsuelo, la biósfera y el mar, las miles de formas de vida con las cuales la madre tierra se regenera y alimenta a todos los seres vivos. Es el sonido de las balas que asesinan los pueblos, de la pólvora y las máquinas que revientan y fracturan del vientre de la tierra para extraer sus riquezas y alimentar un “progreso” que mata los seres humanos y la biodiversidad.

Son también, el sonido de los golpes que buscan despertar a los seres humanos para que generen una vida digna y respetuosa de la creación, sonido de golpes con los cuales Dios toca los corazones y las conciencias para que cuidemos la Casa Común, consumiendo menos y cuidando más, construyendo más y dañando menos; sonidos con cuales Dios pide a la Iglesia que ella, casa común, dónde sus hijas e hijos vivan como hermanos y hermanas de verdad, que reconozcan los derechos para todas y todos y para la naturaleza. Sonidos de golpes que le gritan a la humanidad que comprendan que no pueden vivir sin la naturaleza, mientras ella sí puede vivir sin la especie humana.

Alberto Franco, CSsR, J&P, Red Iglesias y Minería.

20/10/2019