La octogenaria Manuela Fernández Maynas recogió agradecida, de manos de la ministra de Cultura, Ulla Sarela Holmquist, y la viceministra de Interculturalidad, Elena Antonia Burga, su premio como Persona Meritoria de la Cultura. Galardón que su familia aprovechó para reivindicar públicamente la utilización sin autorización de la imagen de la sabia del pueblo shipibo-konibo. “Hay quienes se enriquecen con su imagen sin pedir permiso mientras mi abuelita viven en su choza y vive de su trabajo, de su artesanía”, lamentan.
Por: Beatriz García
Con ayuda de Doris, una de sus tantas nietas, doña Manuela Fernández Maynas salva el único escalón que separa el piso del escenario. Allí dos señoras importantes esperan su llegada, mientras media docena de fotógrafos y otras tantas personas más con sus celulares aguardan para sacar la mejor toma. Hoy, con la sede del Ministerio de Cultura como escenario, los flashes y halagos son para ella, doña Manuela. Viste camisa naranja, con detalles en verde y amarillo; varios collares, pendientes y corona con variedad de colores y su falda shipiba de fondo negro. Similar vestimenta a la que utilizaba desde niña, en su natal Callería (Ucayali), y de jovencita, cuando se enamoró, se casó y comenzó a vivir en la comunidad de San Francisco, también en Ucayali.
Una larga vida que no puede medirse en años con total exactitud. “En realidad no sabemos, siempre decimos que tiene 84, así que ahora todos los años cumple la misma edad”, cuenta entre risas otra de sus nietas. Ellas son mujeres ya adultas con un marcado orgullo por las enseñanzas que su abuelita les legó. Saberes como la elaboración de textiles y de vasijas de gran tamaño, algunas de ellas en museos y universidades de diferentes puntos del mundo. Saberes como la lengua y los ícaros, cantos tradicionales, muchos de los cuáles tienen poder sanador. Hoy, en el contexto del Día Nacional de las Lenguas Originarias del Perú, doña Manuela es premiada como “Personalidad Meritoria de la Cultura” de manos de la ministra del sector, Ulla Sarela Holmquist, y la viceministra de Interculturalidad, Elena Antonia Burga.
Llega el diploma, la medalla, las fotos y… es momento de escucharla. Su voz se entrecorta. Pocos de los presentes están entendiéndole, pero sus palabras transmiten emoción. Sigue con un ícaro, bien breve, para demostrar que, aunque es octogenaria, todavía funciona su voz. Y cuando termina Doris, a su costado, toma el micrófono. “Muchas gracias, estamos muy contentos y agradecidos por este reconocimiento del Ministerio de Cultura pero como nieta sólo pedimos que ojalá la imagen de mi abuelita, que está en todas partes, pare ya un poco. Muchas gracias”.
Doris y Manuela toman de nuevo asiento y la ceremonia continúa. Reconocen a otras ‘Personalidades Meritorias de la Cultura’: don Emilio Estrella, sabio del pueblo indígena kakataibo, don Valerio Luciano, una de las personas con mayor dominio del idioma Kawki, el Programa de Formación de Maestros Bilingües de la Amazonía (Formabiap), y la Asociación Educativa Saywa. Pero el breve, pero claro y directo, pedido público de Doris bien merece una explicación. Se la pedimos, y nos la da.
“Nosotros como familia estamos un poco desconcertados o tristes porque demasiado están utilizando la imagen de mi abuelita, en España nos han mostrado una galería donde ponían la imagen de mi abuela. El pequeño detalle es que no le piden permiso ni a ella, ni a ninguno de nosotros. Agarran la foto, la utilizan, se benefician económicamente pero la dueña de la imagen no es beneficiada en nada. Ella vive en una chocita en la comunidad de San Francisco, trabajando, vive de su artesanía”, es una crítica desde el corazón pero que no olvida ni deja de lado el agradecimiento y orgullo que todos sienten “estamos muy contentos por su reconocimiento, su diversidad cultural, artesanía, la lengua shipiba que habla… ojalá que ahora la puedan, al menos, invitar a las ferias del Ministerio de Cultura, que le apoyen en algo, es lo que quiero como nieta”.
“Hijita toma, esta plata es tuya”
Cuenta Doris que, de niña, veía a su mamá y su abuelita trabajando afanosas en sus collares y pulseras pero no les prestaba atención: “Yo decía, para qué”. Pero llegó un día en que doña Manuela la retó: “Hijita, haz un día un collar, dámelo que te lo venda, y verás que nunca más abandonarás la artesanía”. Y así hizo. Armó un collar y una pulsera y se lo entregó a su abuela. Cuando esta volvió de realizar sus ventas le dijo: “Hijita toma, estos son tus 20 soles, esta plata es tuya”. Veinte soles, en los ojos de esa niña, era toda una fortuna. Ahí empezó todo y hoy es ella quien enseña a sus hijas.
“Ahí me di cuenta que la artesanía era el sustento del hogar, porque más antes había mucha pesca, plátano, yuca, diferentes frutas… y no tanto se valoraba la artesanía, pero con el paso de los años las mamás y las abuelitas enseñaron a sus hijas, a las nietas, a valorar la cultura y la artesanía y hasta ahora con eso vivimos”, reflexiona Doris. Invita, de corazón, a que otros pueblos sigan los pasos de los hermanos shipibos. Que apuesten por su cultura, por su artesanía y que, especialmente las mujeres, aprovechen la oportunidad como medio de independencia económica y bandera de la igualdad con el varón. “La artesanía nos ha dado otra forma de ver el mundo, hay muchas shipibas que destacan, que viajan incluso a Europa… gracias a nuestro arte estamos a la par con el varón, aportamos en la casa tanto o más que él”.