Los Ka’apor de Maranhão levantaron la voz. Por eso quieren amordazarlos. Cansados de esperar que el Estado los defienda y garantice protección para ellos y la selva, organizaron por su cuenta “misiones” de control de la reserva en la que viven.
Vigilan los accesos a su tierra y sorprenden a los madereros que la invaden y saquean, protegidos y aliados con políticos y empresarios locales. Cuando los indios los descubren, se apoderan de sus motosierras, incendian sus camiones y los expulsan de sus tierras, declaradas Kaar Husak Há, esto es Áreas Protegidas.
Eusébio Ka’apor era uno de los defensores de la tierra indígena. Lo asesinaron con dos disparos en la espalda a finales de abril, no muy lejos de su aldea. En Brasil, las víctimas de la violencia en tierra indígena en estos últimos años aumentaron en la misma proporción que la arrogante bancada ruralista.
¿Qué esperarían los Ka’apor de la Encíclica Laudato Sí del Papa Francisco? Será necesario leerla desde el punto de vista de ellos y de muchas otras víctimas de la violencia ambiental. Nosotros, misioneros combonianos haremos de ella un instrumento de estudio popular de la realidad, con las comunidades cristianas junto a las cuales vivimos.
Muchos están esperando esta Encíclica. Sobre todo las comunidades e iglesias perseguidas por su compromiso en la defensa de la Creación y en conflicto con los grandes proyectos en las regiones amazónicas: minería, monocultivo, hidroeléctricas y represas, infraestructuras para la exportación de commodities… Llamados “proyectos de desarrollo”, revelan rápidamente el interés casi exclusivo de desarrollar los capitales de quien invierte, provocando graves violaciones de los derechos socio ambientales de las comunidades locales y criminalización de los líderes populares que se oponen a ellos.
Uno de los motivos de la creación de la red latinoamericana Iglesias y Minería, por ejemplo, fue exactamente evitar el aislamiento de las comunidades más comprometidas en estos frentes y mostrar apoyo moral, político e institucional de la Iglesia a su lado. Este tal vez será el efecto práctico más inmediato e importante de Laudato Sí.
Esperamos que esta Encíclica confirme una posición clara de la Iglesia al lado de las víctimas del llamado “racismo ambiental”. Deseamos que, al denunciar los riesgos de la supervivencia del Planeta, el documento sea solidario con las comunidades más pobres. Esas son por un lado, las víctimas más afectadas por tal violencia y por otro, en muchos casos, nos indican caminos de preservación de la vida y de organización de economías con bajo impacto ambiental en los territorios.
En muchos países está siendo implícitamente declarada una guerra de baja intensidad, disputando territorios y bienes naturales. La historia se repite al estilo de las antiguas colonias, como bien lo demuestra el nostálgico Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”, pero con ritmos y tecnologías mucho más impactantes, llegando así a violar los derechos de las futuras generaciones.
El espíritu consumista y el sistema capitalista crecen a una velocidad exponencial; otros modelos de vida que con dificultad resisten a su agresión nos observan con angustia e incomprensión, definiéndolos, lúcidamente, como “sistemas suicidas”. Desde este punto de vista, la lectura de Laudato Sí podría tener profundas implicaciones político – económicas.
Las comunidades que la Convención 169 de la Organización Internacional del Trabajo define como “indígenas y tribales” representan a nuestro modo de ver un “baluarte” (Kaar Husak Há). Así como a lo largo de la historia, las fortalezas protegieron territorios enteros de las invasiones y frenaron el control enemigo de los territorios, de la misma forma, el derecho a la autodeterminación de las poblaciones locales, puede ser hoy una estrategia para evitar la entrega indiscriminada de los bienes comunes a las corporaciones mineras o a las multinacionales de la comunicación, del agua, o de las grandes cadenas de productos alimenticios.
La Iglesia debería apoyar con fuerza el derecho a la “consulta previa, libre e informada” de las comunidades locales, de manera que sea garantizado el autocontrol de sus territorios.
La Red Eclesial Panamazónica se comprometió en ese sentido en diversos países de América Latina. Articula comunidades cristianas de base, grupos e instituciones religiosas y las conferencias episcopales de la gran Amazonía, con especial atención a los derechos de los pueblos indígenas y con una interesante propuesta de colaboración permanente con la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos.
La visita del Papa Francisco a Washington en septiembre, pocos meses después de la publicación de la Encíclica, podrá tocar también esos temas delicados y urgentes.
En clave de política internacional, la Encíclica podría ser la oportunidad para relanzar la propuesta de creación de una Corte Penal de Justicia Ambiental. Hoy, de hecho, no existen adecuados mecanismos de responsabilización a nivel internacional por crímenes ambientales. Así, incluso en el caso de graves violaciones de estos derechos, las multinacionales y los gobiernos locales, vinculados entre sí por acuerdos e intereses económicos, acaban prácticamente impunes.
Fundamentalmente esperamos que el documento vaticano sobre ecología ofrezca una relectura teológica de las referencias bíblicas que a lo largo de la historia, por interpretaciones patriarcales y colonizadoras, separan a la Creación del hombre, considerando a este último el dominador y controlador de la vida. Sabemos cuánto el sistema capitalista, ecocida y suicida, heredó de la cultura religiosa cristiana. Por otro lado, tenemos la inspiración radicalmente evangélica de San Francisco y el testimonio vivo de muchos y muchas mártires que nos relanzan en defensa de la vida.
Necesitamos igualmente un profundo y humilde proceso de conversión y purificación. Una nueva escucha de la Revelación, a partir del encuentro fecundo entre la Palabra bíblica, el libro de la creación y la sabiduría de los pueblos y de las religiones.