La sororidad, la ternura valiente y reivindicativa, como el evangelio: revolucionaria.
La alegría que es fuerza, que es celebración de esperanza, que es lucha cotidiana, eso es anunciar el evangelio desde las mujeres panamazónicas.
Es necesario un proceso sanador y liberador, que nos reconcilie con nuestro propio ser femenino en la Iglesia, que deje de aprisionar a las mujeres, pero también a los varones y a las estructuras meramente masculinas de nuestro mundo y nuestra iglesia que nos han mermado la capacidad de mirar el mundo con los ojos de mujer, que son ojos de diversidad.
Las mujeres reproductoras de la cultura, cuidadoras de la vida y de la luz, reconocemos en la imperfección la maravillosa creación de la vida, del Dios de la vida, que es Madre y Padre, con un canto agudo que no deja de ser grito.
En la Amazonía, madre y hermana, las espíritus son femeninas, la fuerza que sopla de la selva, lo que conecta al mundo, desde el vientre materno, la capacidad de crear vida a su paso, tocando todo con un espíritu nuevo. Por eso, es que pedimos que la Iglesia se asegure de vivir una verdadera interculturalidad, de respetar y amar la diversidad fecunda de las culturas, indígenas, afro, campesinas: de las mujeres.
La Iglesia tiene una deuda histórica con las mujeres, con sus mujeres, con María y María Magdalena, con Martha y María, las mujeres que le hablan de Dios a Jesús y las que le enseñaron a hablar con la gente, a estar presente, a trasformar la historia, como el agua en vino.
Reconocemos que el modelo económico, algunos de los modelos culturales, el machismo y las estructuras patriarcales y también muchos de los paradigmas de nuestra Iglesia, han querido tomarse nuestra manera de estar en el mundo, para convertirla en objeto y propiedad. Estamos siendo asesinadas por las diferentes violencias, que nos impactan sistemáticamente en lo psicológico, sexual, cultural, espiritual y el territorio. Este es un asunto de Iglesia, es un asunto de profetismo y valentía, reconocer esta situación y acompañar a las mujeres, caminar juntas en este proceso de renovación que es urgente y necesario.
Queremos una Iglesia hermana y aprendiz, porque somos comunidad que camina, porque nos cuidamos unas a otras, aunque también reconocemos que en muchas ocasiones son nuestros propios comportamientos y paradigmas los que reproducen las violencias y la exclusión. En medio de ello, asumimos que un valor profundamente femenino es la acogida, que es una manera de resistencia, y que a esta Iglesia le hace mucha falta y le hace mucho bien, ir en salida, abrir las puertas, estar en búsqueda.
Sentimos prioritario en este procesos sinodal, participar en la construcción de una teología amazónica, que está plasmada ya, en el caminar de nuestros pueblos, en las experiencia misioneras, en lo sagrado, en los sacramentos interculturales y en la vida diaria. Necesitamos renovar la metodología litúrgica, asentada en la realidad con valentía y practicidad, necesitamos reconocer que nosotroas, las mujeres sostenemos la Iglesia en nuestras comunidades, en nuestros barrios, siendo puente, estando en los espacios organizativos, profundizando la relación con las familias. Hemos llevado ministerios por muchos años, como el diaconado, pero casi siempre subordinado a un rol masculino, que no nos ha permitido construir como quisiéramos. Queremos que se reconozca lo que hemos hecho por siglos, para poder seguir construyendo un mundo nuevo. ¡No somos competencia… somos comunidad, vamos juntos!
Nosotras, en una profunda comunión con la Madre Tierra, las hijas tantas veces excluidas y adoloridas de este mundo; en 3 días de diálogo hemos mirado el mundo a la luz de lo que nos duele y lo que nos esperanza, con mirada indígena, afro campesina, laica, religiosa, lidereza, madre, abuela, joven. Reconocemos que la vida se siembra a cada paso y que no podemos seguir reproduciendo una historia que lastima. Reconocemos al Cristo vivo en esta historia, en este presente y en esta posibilidad de futuro, porque somos eso, una comunidad viva, que se asume en esta diversidad amazónica, donde lo femenino y lo masculino, integralmente crea, y se recrea.