Al culminar la primera sesión del Sínodo se ha publicado la relación de síntesis que recoge los principales elementos surgidos de la conversación espiritual desarrollada en el aula Pablo VI.
Por Ángel Morillo
Cuando este 19 de noviembre se conmemora la VII Jornada Mundial de los Pobres, vale la pena preguntarse, ¿qué plantearon en este documento los padres y madres sinodales sobre este tema? ¿Qué propuestas tienen para el discernimiento y el caminar pastoral de la Iglesia universal?
En la primera parte de la síntesis titulada “El rostro de la Iglesia sinodal”, que aborda los principios teológicos que iluminan y fundamentan la sinodalidad, el cuarto capítulo abarca el tema: “Los pobres, protagonistas del camino de la Iglesia”.
Al respecto, los padres y madres sinodales señalaron que “a la Iglesia, los pobres le piden amor. Por amor se entiende respeto, acogida y reconocimiento, sin los cuales, proporcionar comida, dinero o servicios sociales representa una forma de asistencia, ciertamente importante, pero que no se hace plenamente cargo de la dignidad de la persona”.
En este sentido, respeto y reconocimiento son instrumentos potentes para la activación de las capacidades personales, de modo que “cada uno sea sujeto del propio itinerario de crecimiento y no objeto de acciones asistenciales de otros”.
Pobres como categoría teológica
Hay un aspecto clave: “la opción preferencial por los pobres está implícita en la cristología: Jesús, pobre y humilde, hizo amistad con los pobres, caminó con los pobres, compartió la mesa con los pobres y denunció las causas de la pobreza”.
Por tanto, para la Iglesia “la opción por los pobres y los descartados antes que una categoría cultural, sociológica, política o filosófica, es una categoría teológica. Para S. Juan Pablo II, Dios concede a ellos, los primeros, su misericordia”.
Recordaron que “no hay una sola manera de pobreza” y entre esos muchos rostros de los pobres “están los de todos aquellos que no tienen lo necesario para vivir una vida digna” entre estos: los migrantes y refugiados; los pueblos indígenas, originarios y afrodescendientes, las víctimas de la violencia y del abuso, en particular mujeres; personas con dependencias; minorías a las que sistemáticamente se les niega la voz; ancianos abandonados”.
Asimismo las víctimas del racismo, de la explotación y de la trata, en particular de menores; trabajadores explotados, excluidos económicamente y otros que viven en las periferias. Los más vulnerables entre los vulnerables, a favor de los cuales es necesaria una constante acción de defensa, son los niños en el seno materno de sus madres.
Junto a estas formas de pobreza se suman: la pobreza espiritual “entendida como falta del sentido de la vida. Una excesiva preocupación por sí mismos que puede conducir a ver en los otros una amenaza y, así, recluirse en el individualismo”.
Por supuesto, estar al lado de los pobres “significa empeñarse con ellos también en el cuidado de la Casa común: el grito de la tierra y el grito de los pobres son el mismo grito”, por ende, la falta de reacciones convierte la crisis ecológica y los cambios climáticos en una amenaza para la sobrevivencia de la humanidad, como lo subraya la exhortación apostólica Laudate Deum del Papa Francisco”.
Denunciar las causas
El compromiso de la Iglesia debe “llegar a las causas de la pobreza y de la exclusión”, que “puede requerir la denuncia pública de las injusticias, sean perpetradas por individuos, gobiernos, empresas o estructuras de la sociedad”.
Para ello, es fundamental “escuchar sus instancias, sus puntos de vista, para poder prestarles la voz, usando sus palabras” sin menoscabo de su dignidad, porque los participantes del Sínodo han advertido sobre el riesgo “de considerar a los pobres con los términos de ‘ellos’ y ‘nosotros’, como ‘objetos’ de la caridad de la Iglesia”.
Al contrario, se deben “poner a los pobres en el centro y aprender de ellos, es algo que la Iglesia debe hacer siempre más”. Aquí la denuncia profética juega un papel importante ante “las situaciones de injusticia y la acción de presión respecto a quienes deciden en política”.
“En particular, hay que estar atentos para que el uso de fondos públicos o privados por parte de las estructuras de la Iglesia no condicione la libertad de hablar en nombre de las exigencias del Evangelio”, señalaron.
Doctrina social de la Iglesia
Frente a este tema “los cristianos tienen el deber de comprometerse en la participación activa para la construcción del bien común y en la defensa de la dignidad de la vida, tomando la inspiración de la doctrina social de la Iglesia y obrando de diversas formas”.
Aún cuando no hay una receta para acabar de raíz con este flagelo, los padres y madres sinodales proponen “la acción en los campos de la educación, de la salud y de la asistencia social, sin ninguna discriminación ni exclusión de nadie”.
También invitan a quienes tienen poder de decisión en la Iglesia a practicar con el ejemplo, puesto que se debe ser honesto “a la hora de examinar cómo respeta las exigencias de justicia respecto a quienes trabajan en las instituciones que le pertenecen, para dar un testimonio íntegro con su propia coherencia”.
Esto implica – para ser verdaderamente una Iglesia sinodal – el sentido de solidaridad plasmado en el intercambio de dones y del compartir de recursos entre Iglesias locales de diferentes regiones, donde “los presbíteros que van a ayudar a las Iglesias pobres en clero no se conviertan sólo en un remedio funcional, sino que sean un recurso de crecimiento”.
“La doctrina social de la Iglesia es un recurso muy poco conocido, sobre el cual hay que volver a recurrir. Que las Iglesias locales se comprometan no sólo a hacer más conocidos sus contenidos, sino a favorecer su apropiación a través de prácticas que los hagan activos e inspiradores”, indicaron.
Fuente: ADN Celam