Asumir en nuestras vidas una “Ecología Integral” nos plantea desafíos y nos exige compromisos tanto en el ámbito personal, como también a nivel de la iglesia institucional, afirma Monseñor Álvaro Ramazzini, obispo de la diócesis de Huehuetenango – Guatemala, al concluir en la ciudad de Quito el Encuentro de Ecología Integral, que se desarrolló del 24 al 27 de noviembre, organizado por el CELAM, DEJUSOL, CLAR, CARITAS, REPAM y la Red Iglesias y Minería.
No somos dueños de la naturaleza, sino sus cuidadores
“El primer desafío es lograr que los cristianos sean conscientes de lo que implica esta visión creativa de la creación, en la cual nosotros no somos dueños, sino que somos cuidadores, custodios de la creación. Esto significa interrelacionar fuertemente la fe con la vida. Eso es lo que hemos dicho en las diversas conferencias de obispos de América Latina: tenemos muchos bautizados pero pocos discípulos y misioneros de nuestro Señor Jesucristo”.
“Hay un gran abismo entre la fe que se profesa y nuestro modo de vida. Y lo vemos en los hechos más simples o cotidianos. Por ejemplo, con relación a la basura, que no es tan banal, porque afecta la salud. Pero el tema de la basura, no lo logramos relacionar con nuestras obligaciones cristianas. Entonces, están haciendo basureros aquí y basureros allá. Y, no ven que, si yo soy cristiano, creyente en Jesucristo, y que el mandamiento más importante es amar al prójimo yo debo crear condiciones de vida que ayuden a una vida digna de mi prójimo, entonces, no debo tirar basura. No es sólo un asunto de educación o de cortesía”.
La Iglesia debe acompañar las esperanzas e ilusiones de los pobres y excluidos
Un segundo desafío está relacionado con las autoridades y las jerarquías de la Iglesia, afirma monseñor Ramazzini: “Que tanto obispos, como sacerdotes, como personas de la vida consagrada, de verdad estemos en medio del pueblo. Que vivamos sus alegrías, que compartamos sus sufrimientos. Pero, sobre todo que conozcamos sus esperanzas y sus ilusiones para juntos lograr que esas ilusiones y esperanzas se concreticen. La Esperanza, es una de las tres virtudes teologales y en las situaciones en que los países de América Latina hemos vivido, por ejemplo, en Centroamérica: conflictos armados, ahora violencia de pandillas juveniles, problemas crónicos de pobreza, de miseria, emigración; luego también, la ausencia del Estado en muchas comunidades, etc. Todo eso, va creando un sentido de desesperanza que es muy peligroso, porque nos lleva a la indiferencia, o nos lleva al miedo, pero muy poco nos va a llevar a un compromiso decidido”.
“El compromiso decidido va a venir de esa visión de esperanza: que el mal no tiene poder sobre el bien. Y que tampoco, al final, la perversidad de algunos (los hijos de las tinieblas como dice el Evangelio), van a ganarnos a nosotros la lucha en esta tierra. Porque es cierto que nosotros somo peregrinos, pero Dios quiere vida digna para todos y vida plena. Ese es el segundo desafío que nosotros como pastores, de veras compartamos las esperanzas y las ilusiones de la gente, y de la gente más marginada, más excluida. La opción preferencial por los pobres, jamás va a perder vigencia, ¡jamás!, porque es esencia del Evangelio”.
No ser aves de mal agüero
“En tercer lugar, el otro gran desafío es que debemos ser siempre pregoneros de buenas noticias, aunque las noticias sean tan malas. No tenemos que ser aves de mal agüero. Las buenas noticias nacen precisamente del sentido de la esperanza, de saber que Dios es el dueño de la historia; y que nosotros somos colaboradores de este plan que Dios tiene para la humanidad”.
No nos encerremos en nuestros pequeños Mundos
Por último, señala Monseñor Ramazzini, “entender que la Iglesia es católica (universal). Entonces, para la Iglesia no hay fronteras, para la Iglesia no hay distinción de razas, y los problemas de un lugar son los problemas de todos. Si nosotros hablamos de una globalización económica, con sus aspectos positivos y negativos, no olvidemos que la primera maestra de globalización es la Iglesia, por ser católica. Entonces, que no perdamos esa dimensión y que no nos encerremos en nuestros pequeños mundos, en nuestras pequeñas fronteras, porque eso no es real, eso no va de acuerdo a la identidad cristiana que me hace ser personas del mundo, del universo, es decir abierto a todas y todos. Claro que guardando mi identidad y protegiendo mi cultura, pero abriéndome a otras culturas, a otros modos de pensar, otras maneras de entender la vida que allí está la riqueza de la humanidad, la diversidad”.