Washington, 24 sept, REPAM.- Es necesaria una conversión ecológica en todos los ámbitos de nuestra vida para asumir un estilo de vida sobrio y austero, lejos del consumismo desenfrenado que conduce a la cultura del descarte. Así lo enfatizó el obispo Pedro Barreto, en Washington, a donde asistió con ocasión de la reciente visita del Papa Francisco, en representación de la Red Eclesial Panamazónica, REPAM.
Dirigiéndose a un numeroso grupo de personas que reclamaban al Congreso de los Estados Unidos (cuyos integrantes se encontrarían con el Papa minutos después) medidas urgentes para mitigar y detener los efectos nocivos del Cambio Climático, les recordó que en la encíclica Alabado Seas, el Papa indica que “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común” (LS 13).
Es necesario, afirmó el representante de la REPAM, ejercitar la confianza mutua entre la población, los empresarios y los políticos. Una confianza que nos haga superar la distancia que nos separa del proyecto de Dios de darnos vida y vida en abundancia. “Por eso el Papa Francisco nos hace una pregunta esencial que debemos responder de manera personal y comunitaria: ¿Qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?. Nuestra respuesta sólo será significativa si asumimos acciones conjuntas que garanticen la calidad de vida para las generaciones futuras.
Por eso decimos, concluyó monseñor Barreto: “Dios omnipotente, que estás presente en todo el universo y en la más pequeña de tus criaturas, Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe, derrama en nosotros la fuerza de tu amor para que cuidemos la vida y la belleza. Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas sin dañar a nadie… Dios de los pobres, ayúdanos a rescatar a los abandonados y olvidados de esta tierra que tanto valen a tus ojos” (LS 246).