Yashir (Bolivia – pueblo tacana), Rotokwy (Brasil – pueblo Gavión) y Jeremías (Brasil – pueblo Mura) han acompañado la lucha por la reivindicación de los derechos de sus pueblos desde que eran niños. Su fuerza viene de quienes les precedieron, padres y madres, abuelos. El único temor que les suscita es el no conseguir lo que sus pueblos esperan.
El coraje es más firme que el miedo, le gana siempre a pesar de que muchos han sido amenazados de distintas maneras. Amedrentados por las empresas, por otros compañeros que han jugado de parte de los intereses del capital. Y abandonados por la propia Iglesia, que genera una “sensación de abandono, de caminar solas, de no tener respaldo”, cuando se trata de defender los derechos humanos, que al fin de cuentas, es defender la vida.
“Quiero el buen vivir de mi familia, de mis hermanos y de mi hija. Si algo me asusta es perder mi territorio, el que he defendido desde niño”.
A muchos les asusta lo que sucede adentro: que dirigentes y representantes vendan sus sueños, sus intereses colectivos. Don Germán Vargas ha caminado ya más de 30 años de lucha con su comunidad pequeña, con su nacionalidad kichwa, pero también con todo el movimiento indígena, que en Ecuador, ha conseguido muchas reivindicaciones.
Para Herman Boscope (Bolivia – Pueblo Tacana) ser un defensor ha implicado luchar por la titulación del territorio donde él ha nacido, y donde ve crecer cada día a sus 8 hijos, a pesar de haber sido atosigado por las empresas que pretenden sus tierras para la extracción. “Mi esperanza es la lucha de mi pueblos y para sus hijos”.
Para Antonio Filio, que acompaña a la comunidad, Piquiá de Baxio, y que por esta causa, ya ha recibido amenazas armadas y persecuciones, su esperanza lo mantiene: “que sus acciones, puedan de alguna forma ayudar a solucionar problemas que vive la comunidad”.
Marita Bosch, parte del equipo itinerante, el encuentro con las realidades más dolorosas en barrios de Paraguay, ese estar presente le ha empujado a este proceso de defensa, en diferentes realidad y países en los que ha compartido su vida.
Flavia da Silva de Piquia de Baxio en Brasil, siente la cercanía de la Iglesia en su proceso comunitario, por ello, siente miedo que algo les suceda a los sacerdotes combonianos que los acompañan, “porque se ha visto muchas veces, que en otros lugares estas agresiones que llegan hasta la muerte”. Su compañera describe a Flavia como como un girasol en movimiento, en búsqueda, y en esa lucha que se hagan valer sus derechos.
“Una estrella en el día no se ve pero cuando es oscuro sale y brilla. Ella es una estrella, es una mujer joven y se dedica a la dirigencia y a la defensa de los DDHH”, así es como describe Gregorio del pueblo awajún de Perú a su compañera Rotokwy de Brasil, a quien conoció en la Escuela de Derechos Humanos en la Pan Amazonía y han conectado sus luchas.
Para muchos de estos defensores la fuerza viene de su familia, quienes acompañan sus decisiones, las personas que aman, que están junto a ellos en los caminos de la reivindicación. Así lo afirman Bettsi y Peggy de Venezuela, que sienten todas las amenazas que existen en su país, donde los defensores y defensoras son amenazados, callados, amedrantados, reprimidos y donde la situación social, económica y política no avizora mejores días. “quiero un país donde mis hijas no tengan que preocuparse por del buen vivir, sino que lo vivan”.
“Yo creo en la capacidad del pueblo Chiman y en su liderazgo, aunque el gobierno y sus intereses hagan esfuerzos para dividirlo y hacerle creer que la única manera es rendirse”, enfatiza la hermana Cecilia, misionera Laurita que entrega su vida en la Amazonía Boliviana.
En medio de la coyuntura política de los países amazónicos, Edina Pitarelli quien lleva en la defensa de la causa indígena más de 20 años, siente miedo que el candidato Jair Bolsonaro llegué a la presidencia de Brasil, lo que significa desde ya, una grave amenaza a la existencia de los pueblos y el respeto de sus territorios y sus derechos. Habiendo vivido la dictadura, le asusta que su pueblo vuelva a ser sometido.
“Siento alguien superior que me acompaña que está conmigo, lo siento en lo profundo de mi corazón” dice Raimundo Paxiao, “ya he recibido amenazas. Mas que miedo, siento indignación”. Eso mismo experimenta Gregorio, del pueblo awajún, en la fuerza de la selva. O la música, para José Joaquín, artista y defensor de derechos en el alto putumayo colombiano.
No quieren perder la fuerza, no quieren sentir cansancio, no quieren quedarse solos. Hay mucho que hacer.