El viernes 18 de enero del 2018, el Papa Francisco llegará al Perú procedente de Chile y de inmediato volará a Puerto Maldonado, capital de la región Madre de Dios, donde se reunirá con la población en el coliseo regional, visitará el Instituto Jorge Basadre y almorzará con representantes de los pueblos indígenas en el Centro Pastoral Apaktone.
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Escribe: Roberto Ochoa
Monseñor Miguel Cabrejos, vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana, ha señalado que Puerto Maldonado es símbolo de los pueblos originarios y amazónicos, pero también escenario de una problemática grande y seria vinculada con la minería ilegal, trata de personas, trabajo infantil, entre otras tragedias. Es además la primera línea de batalla en la defensa de la naturaleza y el medioambiente, un tema de preocupación para el Vaticano.
De ahí la importancia de la reunión que sostendrá el Papa en el Centro pastoral Apaktone.
Pero, ¿quién fue Apaktone? El misionero dominico José Álvarez Fernández fue un asturiano que recorrió casi toda la Amazonía peruana y fundó misiones a lo largo y ancho de Madre de Dios, cuando esta zona no figuraba ni en los planes de Dios.
Álvarez llegó en la primera mitad del siglo XX cuando aún estaban abiertas las heridas que dejaron los barones del caucho. Su extracción sembró odio y miedo en la selva y la presencia de cualquier foráneo era repelida a flechazos.
Pero el padre Álvarez se obsesionó con la idea de contactar con los temibles amarakaeris y lo consiguió. Sin embargo, ese primer encuentro casi le cuesta la vida. Fue rodeado por decenas de nativos armados con arcos y flechas. Los amarakaeris desnudaron al misionero y ostentaron su camisa como trofeo de guerra. Fue entonces cuando uno de los guías intervino casi a gritos: «Apaktone jiurambayo ahuajijikda ombeinapene yayukaatei” (“¡Mi papá es anciano y sin ropa, se morirá de frío, devuélvansela!»). Álvarez también intervino hablando en harakbut y se ganó a los guerreros.
Desde entonces fue conocido como “Apaktone” (“papá viejo”). Hoy sabemos que los amarakaeris fueron el último pueblo no contactado que se incorporó a la sociedad.
Más allá del debate que provoca las misiones, debemos reconocer que el padre Álvarez otorgó nuevas armas culturales a los nativos, los defendió contra los abusos de los extractores y compartió su labor evangelizadora con la publicación de libros testimoniales que se convirtieron en lectura obligada para los especialistas. Hasta logró un doctorado en Antropología otorgado por una universidad francesa.
Su dominio de los idiomas nativos y sus extraordinarias fotografías están resguardadas en el Archivo Fotográfico de los Misioneros, en Puerto Maldonado, pero también figuran en la memoria de la historia cultural del Perú.
Fuente: La República