Pedro, alguien que nos hizo creer en la grandeza de ser Red

Me ha de bastar saber que Tú me sabes entero, desde antes de mis días” (Querida Amazonía, 73). La confianza en Dios siempre fue el motor de Don Pedro Casaldáliga, de alguien que entregó su vida en favor de la Amazonía y de sus pueblos, de alguien que siempre entendió, asumió y predicó que juntos somos más y podremos soñar más alto. Pedro Casaldáliga, o Don Pedro, o simplemente Pedro, como a él le gustaba que le llamasen, siempre se sintió un poeta. Sus palabras encantaban y seguirán encantando, porque la memoria del justo es eterna. Inclusive encantaron al Papa Francisco, que se acordó de una de sus poesías para iluminar sus reflexiones en Querida Amazonía.

Por: Luis Miguel Modino, junto con la Secretaría Ejecutiva y toda la Red Eclesial Panamazónica – REPAM

La Amazonía siempre fue una tierra querida para Pedro, pero en verdad fue más que una tierra, fue una vida, su vida. A nadie le cabe duda que Pedro es uno aquellos de quienes el Papa Francisco dice: “Muchas personas consagradas gastaron sus energías y buena parte de sus vidas por el Reino de Dios en la Amazonía” (Querida Amazonía, 95). Él gastó sus energías para ser voz de quienes nadie quería escuchar, fue gestando redes que fortificasen una lucha, conquistando aliados y plantando semillas, que un día brotaron y dieron fruto.

Si hoy la Iglesia de la Panamazonía siente el deseo de caminar unida es porque a lo largo de décadas, de siglos, muchos Pedros fueron atando nudos para tejer una red. Si hoy en la Iglesia, la Amazonía, la periferia, se convirtió en el centro, es porque muchos Pedros mostraron la riqueza que ella encierra. Son ellos y ellas quienes nos han enseñado a mirar a la Amazonía y a sus pueblos como fuente de vida en el corazón de la Iglesia y del mundo, que va inundando las entrañas de tantos hombres y mujeres que siguen soñando con el Reino.

La muerte de Pedro es momento para seguir soñando, para seguir apostando por las causas que marcaron su vida, sí, por esas causas que él siempre dijo que valían más que su propia vida. De hecho, la fe en el Dios de la Vida de alguien que siempre fue amenazado, perseguido, que vio como muchos de sus compañeros de luchas y utopías fueron cayendo, víctimas de quienes apostaban y continúan apostando por una economía que mata, que destruye la vida de la Amazonía y de sus pueblos, debe ser un motivo para seguir caminando.

Somos llamados a continuar acompañando la vida de esas gentes, de los últimos, a quedarnos entre ellos, incluso más allá de la muerte, a no tener problema, incluso desear, ser enterrados entre un peón y una prostituta, entre los últimos, pues entre ellos quisimos estar mientras vivíamos. Somos llamados a ser una casa, una Iglesia, de puertas abiertas, donde todo mundo puede entrar sin llamar, porque sabe que va a ser acogido y para él va a ser ofrecido lo que ese día tengamos a mano. Esa casa de ladrillo visto, sin lujos, pero siempre acogedora para con todo el que llega.

Somos red, somos Iglesia que quiere caminar unida, compañera y aliada de los últimos, aprendiz, feliz en escuchar a quien habla desde el corazón, con esa mirada limpia y firme, que denuncia y deja claro que estamos al lado de los preferidos de Dios, de aquellos a quienes el mundo colocó al final de la fila. Por todo eso, asumamos las palabras del Papa Francisco, tengamos claro que “todo esto nos une”, y que desde ahí nunca podremos dejar de preguntarnos: “¿Cómo no luchar juntos? ¿Cómo no orar juntos y trabajar codo a codo para defender a los pobres de la Amazonía, para mostrar el rostro santo del Señor y para cuidar su obra creadora?” (Querida Amazonía, 110).

Que nunca nos falte el aliento para seguir avanzando, para hacer lo posible para “transformar la realidad de la Amazonía y liberarla de los males que la aquejan” (Querida Amazonía, 111). Esas fueron las causas de Pedro, de Francisco, de tantos hombres y mujeres que se convirtieron en semillas de vida en abundancia para todos. Que nunca dejen de ser nuestras causas.

08/08/2020