El año calendario comienza para la Iglesia Católica con la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, una solemnidad que tiene lugar en la Octava de Navidad y celebra el dogma de la Maternidad Divina de María.
Hna. Ivoneide Queiroz
Como sabemos, este es uno de los cuatro dogmas marianos que la Iglesia nos ofrece y afirma que como católicos no podemos cuestionar, solo debemos creer. Está bien, vamos a continuar creyendo, pero debemos ampliar la reflexión, aportar nuevos elementos, “actualizar” el mensaje de acuerdo a la realidad y sobre todo profundizar desde otra perspectiva, otra hermenéutica. Al fin y al cabo, no podemos seguir con los discursos de la antropología androcéntrica, dualista e idealista de otros tiempos. María concibió humanamente en su seno al Hijo de Dios, que es verdaderamente Dios y verdaderamente Hombre. Por lo tanto, después de mucha discusión, el Concilio de Éfeso proclamó en 431 que María es la Madre de Dios (Theotokos), refutando así las ideas erróneas de Nestorio, quien separó las naturalezas humana y divina de Cristo.
Reflexionar sobre la Maternidad Divina de María nos hace profundizar en la relación de María con la salvación de la humanidad. Ella colaboró directamente con la obra salvífica del Padre, desde su disponibilidad y valentía al decir “sí” en la Anunciación, pasando por los desafíos de la gestación y el nacimiento de Jesús en Belén hasta la muerte de su Hijo en el Calvario. Su misión en la historia de la salvación es grande y significativa; María es Madre Dios y Madre de los pobres, porque con ella y a través de ella, nace la esperanza de los pobres, la salvación de la humanidad.
Y aquí queremos decir que en nuestros días no queremos ver a María solo como esa mujer pura, inmaculada, divinizada, silenciosa y obediente. Si nos quedamos solo con estas imágenes, ella se convierte en una figura lejana, inalcanzable, ciertamente digna de admiración, pero muy diferente de las otras mujeres. Es necesario ver una María concreta, humana y femenina, más cercana a las mujeres reales. Ese proceso se ha venido produciendo a raíz de la emancipación de la mujer en las últimas décadas, emancipación vista también por la Iglesia Católica como un signo de los tiempos, lo que se puede comprobar a través de documentos como la Encíclica de Juan Pablo II, Pacem in Terris (nº 41) [Nota da tradução: Carta Encíclica Pacem in terris del Papa Juan XXIII: La paz de todos los pueblos en la verdad, la justicia, la caridad y la libertad (11 de abril de 1963), “41. En segundo lugar, el hecho bien conocido, es decir, la entrada de la mujer en la vida pública: más acentuada tal vez entre los pueblos de civilización cristiana; más tarde, pero ya a una escala considerable, en pueblos de otras tradiciones y culturas. Las mujeres son cada vez más conscientes de su propia dignidad humana, ya no sufren ser tratadas como un objeto o un instrumento, reclaman derechos y deberes de acuerdo con su dignidad de personas, tanto en la vida familiar como en la vida social”.]: “… Las mujeres son cada vez más conscientes de su propia dignidad humana, ya no aceptan ser tratadas como un objeto o un instrumento, reivindican derechos y deberes de acuerdo con su dignidad de personas, tanto en la vida familiar como en la vida social”. También el Decreto del Vaticano II sobre el Apostolado de los Laicos, Apostolicam actuositatem (n. 9) dice: “… Y puesto que hoy la mujer tiene una participación cada vez más activa en toda la vida social, es de suma importancia que participe también más ampliamente en los diversos campos del apostolado” y la Carta Apostólica de Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem (n. 01): “Pero viene la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se realiza en plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un alcance, un poder jamás alcanzados hasta ahora”.
Papel de la mujer
Aunque estos y otros documentos de la Iglesia reconocen la emancipación, la importancia y necesidad de la presencia y el papel de la mujer, los espacios en la Iglesia siguen siendo limitados, lo que está cambiando mucho en los últimos tiempos, especialmente en estos diez años de pontificado del Papa Francisco que desde el principio ha señalado con palabras y actitudes que la presencia femenina en la Iglesia necesita ser considerada, valorizada. La Iglesia demoró mucho para nombrar mujeres en ciertos servicios y para reconocer sus valiosos dones. Finalmente, ha llegado el Papa Francisco, que ha buscado dar visibilidad a la presencia de las mujeres en la Iglesia; ha favorecido u oficializado su participación en diversos sectores de la vida eclesial y ha reconocido su valiosa contribución: “Me di cuenta de que cada vez que una mujer asume un cargo (de responsabilidad) en el Vaticano, las cosas mejoran”, dijo en una entrevista en el año 2022.
Poco a poco, la lucha de las mujeres ha ido abriendo caminos, ampliando la conciencia y los espacios de acción en la Iglesia y en la sociedad. Las mujeres ya se han involucrado en las Asociaciones de Pobladores que trabajan por los derechos comunitarios; entraron en los más diversos sindicatos; se afiliaron a partidos políticos; se postularon a cargos públicos y, por lo tanto, sus demandas se convirtieron en demandas públicas y políticas a favor de la democracia y sus agendas. La lucha de las mujeres continúa. Si ellas conquistaron el derecho al voto, a la escolarización, a la profesionalización y al ingreso a las universidades, al mercado laboral, al mundo de la ciencia y de la política, podrán conquistar mucho más; por eso siguen luchando por los derechos de las minorías discriminadas, por la igualdad salarial entre mujeres y hombres, por el respeto a la individualidad de cada persona; siguen luchando contra todas las formas de violencia no solo contra las mujeres, sino contra los seres humanos, los grupos, las culturas y los pueblos, así como siguen defendiendo a la Madre Tierra, que también sufre las agresiones del sistema que explota y mata.
En la Iglesia, las demandas de las mujeres hoy no son solo por espacios, sino por reconocimiento de lo que ya hacen, por la valorización de su protagonismo y el derecho a participar en los procesos de toma de decisiones, en busca de una Iglesia sinodal. La sinodalidad caracteriza a la Iglesia del Concilio Vaticano II, que es “Iglesia Pueblo de Dios”, donde hay igualdad y dignidad de todos los bautizados y bautizadas con sus ministerios, carismas y servicios, lo cual no es tan simple en la práctica debido al peso de estructuras obsoletas y una formación que perpetúa el poder masculino, patriarcal y centralizador. La Conferencia de Aparecida habla de la necesidad de una “actitud de apertura, diálogo y disponibilidad para promover la corresponsabilidad y la participación efectiva de todos los fieles en la vida de las comunidades eclesiales” (DAp 368).
El ejercicio de la sinodalidad en la Iglesia implica descentralización, desclericalización, despatriarcalización, donde las estructuras de comunión deben favorecer la participación de los laicos en el discernimiento y la toma de decisiones, potenciando la participación femenina. Es lo que dice el Documento Final del Sínodo sobre la Amazonía: “Es urgente que los ministerios para hombres y mujeres sean promovidos y se confieran de manera equitativa para la Iglesia en la Amazonía” (DFSA, n. 95). Que la voz de las mujeres sea escuchada, que sean consultadas y participen en las decisiones, contribuyendo con su sensibilidad a la sinodalidad eclesial. “Es necesario que la Iglesia asuma en su seno con mayor fuerza el liderazgo de las mujeres, y las reconozca y promueva, fortaleciendo su participación en los consejos pastorales de las parroquias y diócesis, incluso en las esferas de gobierno” (DFSA, n. 101).
En este contexto, cito a la Hna. Nathalie Becquart, religiosa de la Congregación de las Javerianas, nombrada por el Papa Francisco como Subsecretaria de la Secretaría General de los Obispos, quien dijo en una entrevista en 2021: “Las empresas comerciales exitosas suelen tener mujeres en puestos de liderazgo, no porque sean mujeres, sino porque agregan diferencia y diversidad”. Por eso es necesario cambiar la comprensión de la Iglesia sobre el poder y la forma en que se ejerce, insertando valores y formas diferentes a las que hemos estado acostumbrados a ver a lo largo de la historia en las prácticas masculinas. Por lo tanto, creemos en la posibilidad de una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión.
Es tiempo, es hora de seguir avanzando hacia este reconocimiento y práctica de las decisiones sinodales del Sínodo de la Amazonía en la Iglesia y en la sociedad de la Panamazonía y demás regiones y continentes del mundo para que seamos cada día una Iglesia sinodal, ministerial y misionera al servicio de la vida y de la fe entre los pueblos.
Para concluir, transcribimos lo que dijo el Papa Francisco en su homilía del día de la solemnidad de Santa María Madre de Dios:
“1. La Iglesia necesita a María para descubrir su propio rostro femenino: parecerse más a Ella que, como mujer Virgen y Madre, representa su modelo y figura perfecta, para abrir espacios a las mujeres y ser generadora a través de una pastoral hecha de cuidado y solicitud, paciencia y coraje maternal;
2. El mundo necesita mirar a las madres y a las mujeres para encontrar la paz, para escapar de las espirales de violencia y odio, para recuperar una mirada humana y un corazón que ve.
3. Es necesario que toda la sociedad acoja el don de la mujer, de toda mujer: respetarla, protegerla, valorarla, sabiendo que, quien hiere aunque sea a una sola mujer, profana a Dios, nacido de mujer”.