Día 12 – 8 de marzo: Segundo Domingo de Cuaresma
QUERIDA AMAZONÍA: 40 días navegando hacia la conversión
1. Petición permanente por la conversión sinodal al inicio de cada día
Que el Dios Trinitario, ejemplo de vida en comunión, nos ayude a soñar con una Iglesia sinodal, donde sepamos descubrir los signos de los tiempos, y la presencia de un Dios encarnado de diferentes modos, en distintos lugares. Un Dios que nos ayude a discernir su presencia y a anunciarle en todos los rincones, también entre los que más lejos se encuentran; a ser una Iglesia en salida, que va al encuentro, que escucha y dialoga con todos. Que busquemos el bien para todos los que nos encontramos cada día y sepamos traer de vuelta a la Amazonía y a todos los lugares donde estemos, todo lo vivido en el proceso sinodal, y así hacer realidad aquello que Dios espera de nosotros.
Meditar por unos momentos esta petición inicial, buscar la calma interior para entrar en este momento de conversión desde la Amazonía por las aguas de la sinodalidad, al servicio del Pueblo de Dios y sus pueblos y comunidades, y para escuchar el llamado de Dios a través de su Palabra Viva.
2. Fragmento de una lectura del día (cada uno es invitado a profundizar en las lecturas completas según su propia necesidad y criterio)
El Señor dijo a Abrám: “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré.
Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición.
Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”.
Abrám partió, como el Señor se lo había ordenado, y Lot se fue con él. Cuando salió de Jarán, Abrám tenía setenta y cinco años. (Génesis 12,1-4a.)
3. Reflexión desde la perspectiva del proceso sinodal amazónico
Seguir la voz de Dios para hacer realidad su proyecto. Escuchar la invitación a dejar la tierra natal y la casa paterna para ir al lugar que Dios nos muestra. En la Amazonía, la historia de la evangelización no se puede entender sin la presencia de quienes respondieron a la llamada de Dios. Muchas veces han sido instrumento de la acción de Dios en medio de los pueblos a los que han sido enviados. Mujeres y hombres que desde la misión han luchado en la defensa de los pueblos y han anunciado la propuesta de vida que nace del Evangelio.
Por encima de cualquier impedimento, los misioneros y misioneras han partido para asumir una vida diferente, en culturas muchas veces desconocidas. Todo ello tras escuchar la llamada de Dios que se hace presente en medio de la gente a través de aquellos que Él elige, casi siempre con criterios diferentes de aquellos que rigen las decisiones humanas. El proceso sinodal ha mostrado el reconocimiento que muchos pueblos tienen a la labor callada, muchas veces oculta, de tantos hombres y mujeres que respondieron a aquello que Dios pedía.
4. Contemplación
Contemplemos la imagen de este día y dediquemos un momento a reconocer nuestra propia vida y experiencia en la Iglesia y al servicio de la Amazonía para pedir luz en esta Palabra de Dios y así traer de vuelta todo lo vivido. Escribir mis peticiones particulares y permanecer en ellas durante este día. Hacemos una invitación a llevar un registro de todo lo que el Espíritu suscite en nosotros como preparación interior para poder asimilar mejor el proceso sinodal.
5. Meditación Final
Nos alienta recordar que, en medio de los graves excesos de la colonización de la Amazonía, llena de «contradicciones y desgarramientos», muchos misioneros llegaron allí con el Evangelio, dejando sus países y aceptando una vida austera y desafiante cerca de los más desprotegidos. Sabemos que no todos fueron ejemplares, pero la tarea de los que se mantuvieron fieles al Evangelio también inspiró «una legislación como las Leyes de Indias que protegían la dignidad de los indígenas contra los atropellos de sus pueblos y territorios». Dado que frecuentemente eran los sacerdotes quienes protegían de salteadores y abusadores a los indígenas, los misioneros relatan: «Nos pedían con insistencia que no los abandonáramos y nos arrancaban la promesa de volver nuevamente». (Querida Amazonía, 18).