“Es necesario que se acompañe la conexión por el encuentro verdadero: no podemos vivir solos, encerrados en nosotros mismos: tenemos que amar y ser amados, necesitamos ternura. Solamente de esta manera, el testimonio cristiano puede, gracias, a la red, alcanzar las periferias existenciales humanas” (Papa Francisco en su mensaje al encuentro de fundación de la REPAM, 2014).
Por Mauricio López O. *
En comunión y en camino con el hermano Francisco, nuestro Papa, y con la Iglesia y la Amazonía, se comienzan a recoger los frutos de un camino progresivo en los territorios, donde los pueblos indígenas amazónicos han llamado al Papa: hermano, el que los entiende mejor, el que está haciendo una opción valiente para defender la vida y sus territorios, su aliado, en quien perciben necesita ser acompañado, porque parece estar solo por momentos. Es necesario, como Iglesia, estar a la altura de este momento, y honrar esas esperanzas de los pueblos en toda la Iglesia, una que sea aliada, hermana, acompañante y que camine con ellos.
La mejor manera de navegar estas aguas con nuestro hermano mayor que conduce nuestra Iglesia, es asumiendo los compromisos del Sínodo de la Amazonía, independientemente de lo que haya en el papel, de tal forma que podamos seguir mirando adentro de nosotros aquello que nos ha transformado, y ser fieles a las maneras tan diversas en que el Espíritu nos ha interpelado a través de las voces de este territorio, es tiempo de actuar.
Sin duda, todas estas novedades son semillas disponibles, con la certeza de que hay mucho por hacer para seguir sembrando en esta tierra abonada, mientras que otros, en el futuro, habrán de recibirlo como un don, y como plantas que habrán de requerir su profundo cuidado, para pasarlo a quienes vendrán más adelante. Es como una espiral ascendente, donde somos co-partícipes de la vida que el Espíritu va dejando en nuestras vidas, pero que siempre nos trasciende; y ello es una hermosa experiencia.
Reconociendo esos compromisos nuevos fruto de la escucha y el discernimiento sinodal, nos sentimos llamados a llevarlos a nuestros respectivos territorios, convocados a participar y transformar nuestras realidades eclesiales particulares disponiendo la vida –echando el hombro–, porque no debemos quedar atrapados por quienes no quieren cambiar nada, y por los que siempre consideran que los cambios son insuficientes porque no se parecen a su propia ideología, profetas de calamidades, que miran todo desde sus autorreferencialidades.
Por el contrario, el camino sinodal amazónico ha dejado huellas irreversibles en nuestra Iglesia que quiere ser más abierta, más dialogante y mucho más cercana a las esperanzas y a los gritos de la realidad de los pueblos que sufren, es decir, mucho más Cristocéntrica en el sentido más profundo de esto, en clave de interculturalidad y diálogo de cosmovisiones, dentro del gran proyecto de Dios.
Llamados a ser cada vez más una Iglesia sinodal al servicio de la vida
En este sentido, la experiencia de conversión, es decir, el ser transformados por y hacia la Amazonía como territorio vivo y diverso, como verdadero lugar teológico, y por y hacia sus pueblos y comunidades, es al mismo tiempo la manera en que Dios nos va mostrando el camino por el cual debemos ir como Iglesia al servicio de la vida en este espacio socio-cultural. Confiar en que Dios camina con nosotros, que está y ha estado presente en este proceso, y nos invita a ser verdaderos co-creadores de nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral.
El camino sinodal es permanente y un proceso continuo, y la inédita experiencia amazónica de caminar juntos ha transformado a la Iglesia desde los dones de la periferia, antes considerada indeseable. Dones que llegan al centro ayudándole en su propio proceso permanente de reforma en marcha. De allí que nos sabemos en una conversión real, liderada por el Papa Francisco y que hoy es irrenunciable, para ser más una Iglesia que está en salida misionera, que dialoga con los otros diversos en plano de respeto e igualdad, una que se afirma como una voz ética, mártir y profética ante la crisis socioambiental sin precedentes, y una que toma posición como el propio Jesús del lado de los que han sido considerados descartables y que hoy ilustran e indican los nuevos caminos.
En efecto, El Sínodo tuvo diversas fases que son como los diversos afluentes, o ríos tributarios, que se van integrando poco a poco al majestuoso, tumultuoso e imparable Amazonas que es fuente de vida en el corazón de la Iglesia y del mundo, reconociendo, por un lado el origen histórico de este Sínodo que se descubre evidente en el camino desde el Concilio Vaticano II en el que somos una Iglesia que en su seguimiento de Cristo se abre, progresiva pero irrenunciablemente, al mundo y a sus gritos y esperanzas, haciendo una opción firme para ser signo de vida y hermana de camino para la realidad del mundo de hoy. Un Iglesia siempre en reforma.
Y, por otro lado, siguiendo el camino del Magisterio de la Iglesia en América Latina (Medellín 1968; Puebla 1979; Santo Domingo 1992; Aparecida 2007), que nos ha indicado el camino de la concreción por una opción preferencial por los pobres, por el diálogo con las culturas, por el reconocimiento del llamado a evangelizar en el respeto de las identidades e iluminando la presencia de Dios ya viva y vigente en los pueblos, y en su definición de caminos de discipulado misionero con una opción y preferencia por la Amazonía como territorio socio-cultural, hermoso y amenazado, con sus pueblos y comunidades. Una Iglesia que descubre su vocación y misión desde la vida de los pueblos y en su propio camino.
Llamados al encuentro con el Dios que se Encarna en las territorialidades
Por supuesto, hay que reconocer los testimonios de innumerables mujeres y hombres mártires de la Amazonía, quienes muestran la fuerza viva del camino de entrega para ser semillas que se siembran en el corazón de los pueblos, en la opción por la justicia, y siendo vida, y vida en abundancia, para ellos. Tantos profetas conocidos, como los muchísimos más que han estado anónimos-as, que han entregado su vida y que la entregan desde sus opciones particulares, institucionales, en red, y desde su ser laicos-laicas, misioneros-as, religiosos-as, sacerdotes, obispos, que han abierto el corazón para dar vida, y para darla entera. Estos testimonios seguirán siendo los que lleven adelante este proceso de ser Iglesia más allá de este momento coyuntural, y en esto nuestra esperanza.
La vida de los pueblos indígenas en general –y de las mujeres en particular– ha dado un tono totalmente diferente, más vivo, renovado y valiente a este nuevo tiempo Kairós que sopla en toda la Iglesia desde la Amazonía. Un viento en el que la claridad de su testimonio, su conexión espiritual con la Amazonía y el grito valiente hacia un cambio ya, nos presenta el imperativo de ser aliados, a responder a las urgencias, y el cual ha marcado el corazón del Papa Francisco, de toda la Iglesia y de quienes hemos participado en el proceso sinodal como la presencia de la fuerza viva de Dios entre nosotros, aunque nos falte mucho por caminar para dar el espacio merecido a estas voces.
En definitiva, el proceso sinodal amazónico es un proceso en marcha, pero irreversible, una navegación de largo aliento y que tiene mucho más para seguir recorriendo en estas aguas vivas de la Amazonía. Nos sabemos llamados a seguir aprendiendo de y con los pueblos y comunidades, haciendo su opción inculturada e intercultural con ellos. El Documento Final y la exhortación Querida Amazonía dan cuenta de ello.
Todas las instancias que hacen vida en los territorios como la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), la Conferencia Eclesial de la Amazonía (CEAMA), y todas las instancias eclesiales y de los propios pueblos y comunidades, somos responsables de llevar adelante lo que se nos ha encomendado, pues es la propia voz de la periferia que ha ido al centro, y que ahora hace el movimiento de retorno del centro a la periferia después de haber legitimado en discernimiento la justa causa de este territorio, y la necesidad impostergable de una conversión de la Iglesia. Por tanto, debemos volver a quienes viven y esperan en el territorio. Llevar de regreso lo que ellos nos han confiado con sus vidas, esperanzas, gritos y alegrías, para seguir tejiendo juntos ahora que comienza lo más importante: la concreción de toda esta buena nueva, en el complejo camino del día con día.
Es el vino nuevo que requiere de odres nuevos para poder madurar poco a poco, tomar más cuerpo y fuerza, y saber que el Reino y la posibilidad de otro mundo está ahí, que debemos luchar por ello, y que la muerte no tiene ni tendrá nunca la última palabra. Es una verdadera experiencia de camino hacia la Pascua, y, por tanto, una ruta hacia el misterio de la Resurrección. Se trata de asumir los fuegos vivos y de esperanza de los pueblos y comunidades, los cuales puedan apagar y asfixiar a los otros fuegos destructivos del deseo de acumular, del deseo de destruir, extraer y expoliar, del rechazo de los otros modos de vida.
Debemos descubrir en los pueblos amazónicos, con sus propias fragilidades, las enseñanzas para un posible camino hacia el buen vivir y a una relación más armónica con el todo, con el cosmos. Cierro con una fracción de esta plegaria emanada de las diversas experiencias de compartir vida, y contemplarla, con los hermanos que habitan este territorio:
“Con los pueblos diversos de esta Amazonía, Oh Señor de la Encarnación, Jesús de la entrega hasta la muerte trágica por las injusticias de ayer y hoy, y Cristo de la certeza de la nueva vida en la incontenible Resurrección, que sepamos reconocer tu verdad en la diversidad de cada cultura en aquellas tierras. Que sepamos discernir la verdad de tu llamado en la voz y en la vida de los pueblos y comunidades que viven en relación armónica con la tierra, con los otros, y con la fuerza divina”.
* Mauricio López Oropeza, es Director del Centro Pastoral de Redes y Acción Social del CELAM