En los últimos meses ha continuado la matanza de civiles en Colombia, sobre todo entre los líderes sociales, que siguen siendo víctimas de un conflicto de décadas que sigue sin resolverse y que en los últimos dos años parece haberse agravado a pesar de la conclusión de las conversaciones de paz.
Por Gianantonio Sozzi
A todo ello contribuyen los fracasos y la lentitud de las reformas sociales acordadas al final de los diálogos de paz, pero que en realidad nunca se han implementado de manera adecuada y suficiente; el intento de grupos al margen de la ley, dedicados al lucrativo negocio del narcotráfico, de controlar militarmente grandes extensiones de territorio; una campaña presidencial que, como en otras ocasiones, ha sido extremadamente polarizada, pero con la novedad de un candidato de izquierda a la cabeza de las encuestas y con serias posibilidades de convertirse en el próximo presidente de la república.
Como siempre, el mayor número de víctimas son los más pobres, a menudo pertenecientes a minorías étnicas que se han organizado, obtienen un margen de consenso cada vez mayor y acaban oponiéndose a los poderes fácticos habituales. Según el Instituto de estudios para el Desarollo y la Paz (Indipaz), en los primeros meses de 2022 ya hubo 94 víctimas. En el año 2021 fueron 338 asesinatos y en 2020 otros 381.
El último y triste episodio ocurrió a finales de marzo. Estamos en la zona amazónica, en la frontera con Perú y Ecuador, en la región del Putumayo, donde los Misioneros de la Consolata trabajan desde hace décadas. Once muertos hasta el momento (con un número aún incierto de desaparecidos) cayeron en un tiroteo con el ejército, quienes, según el Ministro de Defensa, formaban parte de un grupo narcoguerrillero, pero para las autoridades indígenas, que han presentado varias denuncias, eran simplemente habitantes de veredas del río que se habían reunido para celebrar una fiesta y un torneo de fútbol.
Entre ellos se encontraba Pablo Panduro, que era gobernador (la máxima autoridad local en el mundo indígena) y catequista de la comunidad cristiana de su aldea.
En Puerto Leguízamo, un buen número de personas se reunió en torno a su familia para el funeral, ya que Pablo era bien conocido por las autoridades locales por su empeño comunitario. También fue enterrado con él Brayan Santiago Pama, un joven de 16 años estudiante en uno de los colegios de Puerto Leguízamo; él estuvo acompañado por sus compañeros de colegio quienes hicieron oír claramente su voz durante la breve manifestación que tuvo lugar tras la misa de funeral.
Presidida por Mons. Joaquín Pinzón, Misionero de la Consolata y Obispo de ese vasto territorio amazónico, participaron también todos los misioneros que trabajan en ese remoto centro urbano de la Amazonía colombiana.
Fuente: Consolata América