Josianne Gautier, secretaria general de la red de organizaciones católicas internacionales por una justicia global, CIDSE, compartió este 15 de octubre, sus reflexiones en el Sínodo de la Amazonía, sobre la urgencia de una conversión ecológica, a partir de reconocer nuestra complicidad con las estructuras de pecado, colonialismo y ecocidio. Estas reflexiones las hizo partiendo de su experiencia y testimonio personal:
Mis antepasados dejaron Europa para establecerse en Canadá, huyendo del hambre y la guerra, y buscando una vida mejor. Este es un recuento loable de la historia de la valiente migración de mi familia. Me criaron con buenos valores, pero nunca me enseñaron lo que significa ser el colonizador. No aprendí hasta mucho, mucho más tarde, a conciliar mi buena vida con el sufrimiento, la discriminación, la indiferencia y la injusticia sistémica hacia los indígenas de mi propio país. No lo sabía. No lo vi. No deseaba verlo. Pero luego, poco a poco, aprendí y empecé a desaprender todo lo que creía que sabía sobre mi país y sobre el colonialismo.
El colonialismo no es sólo un capítulo oscuro en la historia europea y mundial, o en la historia de la Iglesia Católica…. está siempre presente. Está presente en el modelo económico que busca el crecimiento y el lucro por encima de la vida y la dignidad, en los sistemas de injusticia que perpetúan la desigualdad, el racismo, el sexismo y la violencia. Está presente en las economías extractivistas de las que tanto dependemos, ya sea para la agricultura, el transporte, el insaciable consumo y la producción que ahora está destruyendo nuestro planeta y amenaza las vidas de aquellos que tratan de proteger la tierra.
El colonialismo está en nuestra política, en la forma en que ciertos países permiten que la industria saquee los recursos naturales y ceda a los intereses de unos pocos por encima del bienestar de muchos. El colonialismo está en el centro de nuestra vida cotidiana, de nuestro cómodo nivel de vida occidental. Vivimos bien, demasiado bien, y es a expensas directas de nuestra tierra y de nuestros hermanos y hermanas en regiones lejanas, como la Amazonia.
Ahora sé que todo lo que tenemos no lo hemos ganado, sino robado, esto es un pecado profundo y una injusticia. Entonces, ¿qué hago cuando me doy cuenta de que tengo privilegios, poder, una ventaja injusta en la vida (aun siendo mujer… así que ¡imagínense mis hermanos!) … Tenemos una responsabilidad compartida por nuestra Casa Común. Debemos actuar. Es tiempo de conversión, reconciliación y reparación. Es hora de la solidaridad y de la justicia.
En su sentida intervención, en el Sínodo Amazónico, Jossiane Gautier invitó a la Iglesia a escuchar el grito de la tierra y de nuestras hermanas y hermanos de la Amazonía. Escuchar sus gritos, para denunciar junto a los pueblos y a los jóvenes “los modelos extractivistas y los proyectos que destruyen la vida, debemos también promover y compartir la sabiduría y el conocimiento de otra forma de vida, en armonía con la Creación, viviendo más sosteniblemente, al ritmo de la tierra, de los recursos, consumiendo menos, produciendo menos y desperdiciando menos”.
Mis padres me enseñaron que ser católica es defender siempre la justicia, defender siempre a los excluidos o quienes son maltratados. También trato de enseñar esto a mis propios hijos. La situación actual en el mundo está llena de injusticias y la urgencia de la crisis ecológica a la que nos enfrentamos es aterradora. Puede que tengamos miedo del futuro, e incluso más miedo del cambio que se necesita para afrontar estos retos, pero no podemos actuar por miedo. En cambio, creo que siempre debemos actuar por amor. Amor por nuestros hijos, amor por nuestros hermanos y hermanas, amor por nuestra madre tierra. Sólo cuando cuidamos de verdad podemos ser valientes.
Fuente CIDSE