Salvar la Amazonía es posible. Nuestra selva puede seguir siendo el pulmón del planeta a base de trabajo y compromiso, mucho. Es la opinión de Lucero Guillén Cornejo, coordinadora de la ‘Pastoral de la Tierra’ del Vicariato Apostólico de Yurimaguas con más 35 años de vida misionera trabajando por el desarrollo y la defensa de los derechos de quienes menos tienen.
Conversar con la Hermana Lucero, como todos llaman a esta misionera laica, es insuflarse una dosis extra de buenas vibraciones y esperanza. Optimismo de verdad, del que sueña con los pies en la tierra, sin perder la perspectiva, Lucero Guillén Cornejo coordina desde 2012 la denominada ‘Pastoral de la Tierra’, una iniciativa del Vicariato Apostólico de Yurimaguas que nació cuando, a inicios del siglo, comenzaron a llegar foráneos a apropiarse de territorios. Entre ellos, empresas dedicadas al monocultivo de la palma aceitera que están degradando el suelo y sumergiendo a los más necesitados en un círculo de pobreza cruel. Injusticias ante las que la ‘Pastoral de la Tierra’ no sólo alza la voz, sino que empodera a la población local y la convierte en pieza clave de su propio desarrollo valorando a cada pieza de la cadena. “Ningún agricultor es ignorante, todos hablan, todos saben. Nosotros no vamos a enseñar, sino a compartir experiencias, a intercambiar”, asegura.
- ¿Qué es la Pastoral de la Tierra?
- Es un área de la pastoral social del Vicariato de Yurimaguas que se dedica especialmente a ver la problemática de la tierra, a las dificultades que tienen los campesinos con lo que producen, y también a la problemática del territorio en relación a los recursos que se tienen porque últimamente hay una ocupación arbitraria de externos a las comunidades y eso implica múltiples daños ambientales. Y también vemos casos de derechos humanos.
- Abarcan varios temas…
- Sí, es una amplia gama y no con todas se ingresa a cada comunidad, sino que cada una requiere de algo distinto, según los casos. Debemos brindarles la atención que requieren. Además, intentamos coberturar todo el vicariato a través de la formación de liderazgos porque, aunque somos pocos en el equipo, tratamos de que los líderes puedan ser nuestros brazos en las comunidades. Son capacidades que se quedan y que de alguna manera ayudan a resolver problemáticas a través de ellos. Lo que se intenta es que manejen los temas y puedan acercar las soluciones más inmediatas a sus comunidades.
- ¿Qué motivó o propició la Pastoral de la Tierra?
- Tiene su origen en los conflictos que sucedieron en Barranquita. Había muchos problemas en el Vicariato pero creo que lo más fuerte fue la adjudicación de extensos territorios en el Valle del Caynarachi, que corresponde al distrito de Barranquita a la parroquia San Rafael, donde sigo siendo misionera. En 2001 se elaboró el Plan de Desarrollo del Distrito, por lo que ya establecíamos una serie de acciones para luchar contra la pobreza, pero luego, en el año 2003 empezó un problema grave.
- ¿Cuál fue ese problema?
- Que con la apertura de la carretera comenzó a ingresar gente de afuera. Llegaban a los pueblos como si fuera la tierra de nadie. Algunos sí que se presentaban ante las autoridades y la asamblea comunal de forma respetuosa, pero otros no pasaban por ese filtro, y ocupaban lo que querían. A partir de ahí se acordó que se delimitaban los territorios comunales, que cada comunidad tenía que vigilar su territorio. Así, a comienzos de 2006 empezaron a aparecer empresas pidiendo 10.000 hectáreas de territorio. Se encontraron con un distrito que sabía de su territorio y que estaba organizado. Por un lado, la parte urbana, la parte de producción de trabajo agrícola y la que no debían tocar por temas de agua, biodiversidad… Luego, a mediados de 2006 se adjudicaron los terrenos en Barranquita, pero ya en Loreto se habían adjudicado como 8.000 hectáreas y hacia Barranquita de las 10.000 solamente 3.000. Se desencadenó un clima muy fuerte.
- ¿Por qué? Imagino que hubo tensión, conflicto quizás.
- Bueno, porque las empresas llegaban a la zona diciendo “este va a ser mi territorio”, y entraban georreferenciando, haciendo trochas y pasando por encima de las posesiones de los agricultores. Se generó un clima muy conflictivo. En ese momento el padre Pío Sarrabe, aquí en el Vicariato y muy atento a lo que ocurría, decidió organizar a las comunidades y formó un pequeño equipo al que llamó ‘Proyecto de Tierras’. Sobre el 2010, con el padre Luis Elordi, los misioneros seguían ahí muy atentos y ya se tomó el nombre de ‘Pastoral de Tierra’. En 2012 yo entré para continuar todo eso. Hasta ese tiempo se trabajaba sobre todo en categorización de comunidades ribereñas para que tuvieran su reconocimiento ya que las comunidades nativas sí tenían su título aunque faltaba actualizarlo. En el entorno de las ribereñas las empresas invadían de manera arbitraria para posicionarse.
- ¿Cuáles considera que son los principales logros de la Pastoral de la Tierra hasta hoy?
- Creo que desde el padre Pío hasta la fecha se ha logrado que la mayoría de comunidades ribereñas del Alto Amazonas estén categorizadas, también aquellas que hay en el Datem del Marañón, aunque ahí son menos porque la mayoría de las comunidades son nativas. El territorio está reconocido, es un logro. Además, hay agricultores que van desarrollando una agricultura diversificada, van solucionando el problema de la alimentación de su familia y van generando ingresos que les permite cierta estabilidad. Igualmente, sirven de apoyo para ampliar nuestro radio de acción. Nos ayudan mucho en la difusión de nuestra propuesta agroforestal con sus experiencias exitosas. Además, resuelven la presión hacia los bosques porque también abordamos el problema del cambio climático y se comprueba que en pequeños espacios pueden producir lo suficiente. Otro logro es que los territorios ya están delimitados, y así la gente controla su territorio, pero también estamos empezando a trabajar sobre recursos naturales, sobre reforestar, como manejar el bosque, sus lagos, sus cochas… y algunos procesos que estamos viendo con la gente sirven para concientizar sobre los derechos.
- Al inicio lo indicó, también se encargan de ver asuntos propiamente de derechos humanos…
- Sí, creemos firmemente que todos estamos en igualdad de condiciones, somos un Estado de derecho y por lo tanto reclamamos que se nos asista y se vele por los derechos de todos por igual. Se trata de acompañar a la gente en armar demandas y seguir los procesos en las diferentes instancias del poder judicial frente a empresas o frente a quienes parecen intocables. Esta ayuda es algo que nos permite empoderar y generar más autoestima en la población. Pienso que realmente es un logro que la gente hay interiorizado que es posible generar cambios dando la pelea de manera clara y posicionándose bien.
- ¿Cómo logran sensibilizar a la gente para que colabore en el proceso y estos logros sean fruto de la articulación entre el Vicariato y los pueblos?
- El primer paso es conocer personas a través de los misioneros que están en el terreno. Personas que quieren asumir un cierto nivel de compromiso. Eso ha empatado con la capacitación, que ha gustado mucho y la mayoría se ha ido quedando. Y, por supuesto, el protagonismo que van teniendo es algo que les da cierto nivel de reconocimiento comunal y personal hasta que a algunos les va generando ingresos. Es el caso de los campesinos que han ido desarrollando sus capacidades en agricultura y luego son contratados en algunas instituciones. Es un trabajo hermoso. Igual aquellos a quienes hemos capacitado en manejo de GP, si alguien les pide la tarea van y generar ingresos y apoyan. Son cosas que aprenden y acercan la solución a las comunidades. Sentirse parte de la solución es la clave. Ellos son parte del equipo y coordinamos mucho con la gente de cada comunidad. La idea es que se vayan sumando más. Es gratificante, aunque el proceso es lento.
- Es un proceso lento pero, ¿se sienten satisfechos?
- Sí. Creo que a pesar de eso hemos avanzado bastante gracias a la gente del campo que ha tenido buenas experiencias porque han asumido muy bien su rol y se sienten identificados hasta el día de hoy. Se sienten parte de la Pastoral de la Tierra. Hemos trabajado también en identidad y espiritualidad. Cada dirigente es la mano derecha de Dios en su comunidad y hace, en el área que está más preparado, ese trabajo de bondad.
- He escuchado una frase suya. Dijo “mientras haya tierra no debería haber hambre, la lucha es contra el hambre”. Este tema está en agenda de la política internacional, si se puede lograr un mundo sin hambre. ¿Cuál es su propuesta? En paralelo, cabe también hablar sobre las altas tasas de desnutrición en toda la Amazonía…
- Sí, los niveles de desnutrición y anemia son escandalosos en todas las regiones, y no se escapan ni siquiera las clases pudientes. ¿Eso qué significa? Que hemos entrado en la industria alimentaria y, cuando ingresa la agroindustria, no pone todos los nutrientes que necesita nuestro organismo. Producen según las reglas del mercado, y no según las reglas de las necesidades del cuerpo humano. Mientras sigamos en esta línea vamos a fracasar y vamos a seguir gastando dinero en nuestra salud. Hablando de nuestra realidad, las familias que se ubican en los alrededores de las empresas grandes, como ocurre aquí con la empresa de palma aceitera, sienten impactados sus suelos. Estamos trabajando mucho la recuperación de suelos porque en lo sano que pueda estar el suelo, ahí está el buen producto tanto para el consumo como para la venta. Un suelo sano, bien nutrido, te va a producir algo bueno. Además, no imponemos qué planta sembrar. La gente es muy creativa y sabe que hay muchas cosas que pueden sembrar para recuperar e incorporar a su alimentación. Se puede producir mucho en poco espacio. Hambre no debería haber.
- Pero lo hay…
- Un tema es ¿cómo se está capacitando a los ingenieros? Tenemos universidades que capacitan y preparan profesionales para la tierra, pero a veces esos profesionales quieren ser de manos bonitas y estar en oficinas. Y, sin embargo, tenemos agricultores que se mueren de hambre. ¿Qué sucede? Ahí es donde tiene que cambiar la forma de trabajar la tierra.
- ¿Qué se debe cambiar?
- Hay que valorar qué tipo de productos y no se tiene que menospreciar la capacidad del agricultor. No hay agricultor ignorante, todos hablan, todos saben. Nosotros no vamos a enseñar, sino a compartir juntos conocimientos. Intercambiamos. Y todos vamos siendo mejor y entablamos relación de amigos, de hermanos, para ir mejorando las cosas. Yo creo que sí se puede solucionar el hambre acompañando al agricultor a que sepa que su tierra es buena, que si se ha degradado la puede recuperar. Debe conocer la capacidad de su suelo, y para eso están los técnicos que le ayudan a ver qué puede producir e incorporar dentro de su espacio. Se puede lograr, pero implica que los gobiernos locales y las asociaciones agrarias empiecen a tomar el rol protagónico. Es la forma para ir rompiendo el círculo vicioso que nos va amarrando en la pobreza, en la desnutrición y siempre dando lástima. Tenemos que cambiar la historia.
- ¿Qué papel están jugando las mujeres en esta historia?
- Ellas siempre acompañan, es el papel más silencioso. Quizás no se nota, pero es pieza clave. Ella siempre acompaña en las capacitaciones, está sentadita… pero cuando el esposo no está ella asume el rol. Nosotros a veces intentamos, quizás, forzar la situación para que tenga más presencia, pero eso no se puede forzar. No es que los varones no quieran, sino que desde niñas no las hemos enseñado a participar, a tener un rol protagónico en la familia ni en la comunidad. En la medida en que recuperen confianza y no sientan que compiten o avasallan al otro, terminará saliendo todo su potencial. No es un tema de competir, es un tema de darnos oportunidades. Dentro de nuestra experiencia, en la agricultura van sumándose, van a la chacra y van a la cocina para preparar lo que antes no tenían, y así diversifican también la comida. Ahora, por ejemplo, cuando visitamos las comunidades siempre hay algo para comer. ¿Por qué? Porque hay una experiencia grata de que, aunque no haya salido bien, ha sido una experiencia y que de ello se aprende, no es la ruina.
- ¿A qué se refiere?
- Por ejemplo ahora hemos pasado experiencias negativas en el Morona, en el Huallaga, pues ha subido el nivel de las aguas y han inundado. Todo se ha ido a la nada, pero lo importante es que ahora los agricultores no están en plan negativo, sino que la gente no siente fracaso por el conocimiento que tiene. Eso es clave, así como uno saborea la comida, cuando uno empieza a saborear el conocimiento es lindo. Cuando empieza a gustar, a encontrar la razón y que le permite salidas. Eso significa que la cosa camina.
- En este año todos miramos hacia el Sínodo. ¿Qué papel va a jugar en su labor en el Vicariato? ¿Cómo cree que los obispos pueden llevar la voz de la Pastoral de la Tierra a Roma?
- Creo que el Sínodo es un sacudón, un “muévanse” para que podamos consensuar temas y que nuestro obispo los agende y lleve a Roma. Tenemos las asambleas pastorales que nos permiten hablar, discutir los temas y soñar. El Sínodo es una oportunidad para soñar juntos en que la Amazonía la podemos salvar, que puede seguir siendo el pulmón del mundo, y que debemos esforzarnos más de lo que hemos hecho, implicar a más actores. Opino que también el clima nos da nuestro jalón de orejas a todo el mundo, no solo a los misioneros. La naturaleza nos está diciendo pónganse en onda. El Sínodo es replantearnos los temas, buscar lo que estamos haciendo y encaminar otros asuntos. Es el unirnos como Iglesia, sentirnos más fortalecidos.
- ¿Un pedido a futuro?
- Quizás podríamos trabajar más el tema de familia. Es un asunto que me encanta y quizás es el más aparcado. Si no salvamos la familia nos hemos acabado. Porque la familia es esa pequeña nación, república, esa célula básica, patrimonio de la humanidad… pero ese patrimonio no se cuida. Lo maltratamos y con las distintas políticas de Estado y la forma de vivir la estamos desintegrando, avasallando… y tenemos lo que tenemos. Creo que debe haber un esfuerzo grande de parte de todos, tomar este tema con más seriedad y hacer de la familia ese pequeño núcleo fuerte que puede sanar las heridas de la sociedad. Es un reto grande.